Hay cien en todo el mundo, y uno de ellos, ahora, 8 de enero de 2019, camina por las calles de Recoleta. Está en la muñeca izquierda de un turista norteamericano, que llegó a Buenos Aires hace 48 horas. Su dueño sabe muchas cosas del reloj: que es uno de los modelos que la marca italiana Panerai elaboró para Purdey (una empresa inglesa de caza, y que fabrica rifles), que es sumergible 50 metros y con reserva de marcha de 42 horas, que se presentó en 2002, que es una edición limitada, que su precio ronda los 30 mil dólares.
Lo que no sabe es que dos hombres, en una moto de alta gama, lo están siguiendo por su reloj. Ellos también saben de relojes: en un principio se formaron con los catálogos de las principales marcas, que se vendían en los puestos de diarios, y luego con Web. Hace más de diez años que buscan muñecas ajenas.
Del Purdey les llama la atención la tapa y el grabado de un animal, que caracteriza al reloj. Lo reconocen al instante; casi no hay modelos que se le parezcan. El turista tampoco imagina que es “temporada alta” para los ladrones de relojes: es verano, hace calor, todo el mundo anda de manga corta y eso les facilita lo que saben hacer.
En cuestión de segundos, “el cortador” (como se denomina en la jerga al acompañante de las parejas que se mueven en moto buscando relojes de alta gama) baja y comienza a caminar. Alcanza al norteamericano y le arrebata el reloj de un solo tirón. El piloto ya está a la par de la secuencia, sobre la calle, con la moto en marcha. “El cortador” corre, sube y ambos se pierden por las calles de Recoleta. A toda velocidad.
Dos días después, el turista regresa a Estados Unidos. No hizo la denuncia, pero resolve contratar los servicios de David Bolton, un detective privado de su misma nacionalidad, que en los últimos tiempos se especializa en la búsqueda de relojes robados. El norteamericano puede comprarse el modelo que quiera, de la marca que se le antoje. El problema es que el Panerai Purdey había sido un regalo acquainted. Y es edición limitada. Los que lo compraron, no lo venden.
El 18 de enero (10 días después del robo), David Bolton localiza el Panerai Purdey en un centro comercial de Miami, en el marco de una feria de joyas. Un argentino lo ofrece a 15 mil dólares, en su stand. El detective chequea el número de serie y coincide con el de su cliente. Pide descuento y acuerdan un pago de 11.500 dólares, en efectivo. Luego deja un seña de 100 dólares y promete volver en minutos. Cuando debía regresar con el resto del dinero, aparece con la Policía native. “Sé el origen del reloj“, le cube a Abraham Natalio Saks, el joyero argentino.
Según la versión de Saks, un hombre de nacionalidad peruana le había dejado el reloj a modo de consignación. Bolton le cuenta a Clarín que el joyero ya tenía antecedentes, y que los allanamientos a joyeros argentinos de Miami son comunes.
Dónde van los relojes robados
“Los principales destinos de los relojes robados son Miami y Milán“, afirma. El hecho permite entender al menos una parte de la ruta de los relojes robados en el país. En octubre pasado, otra noticia confirmó la teoría: Laura Diana Schulz (58), azafata de American Airlines, fue detenida por la Policía de Seguridad Aeroportuaria (PSA). La acusan de contrabandear joyas, dinero y relojes a Miami. Le encontraron un Rolex y un Audemars Piguet.
En las últimas semanas, el robo de relojes de alta gama (Cartier, Audemarse Piguet, Patek Philippe, Vacheron Constantin, Hublot, Jaeger-lecoultre, entre otras marcas) volvió a formar parte de la agenda pública: solo entre la semana del 11 y el 18 de septiembre se conocieron noticias de cuatro robos de relojes. Todos en Puerto Madero: dos en una agencia de motos, otro en un restaurante y el último a metros del resort Alvear.
Días después, en Córdoba, un Rolex de oro formó parte del botín de una banda que asaltó una financiera. Y una semana antes una banda robó 29 relojes de una joyería del Microcentro.
En los primeros días de octubre se informó sobre la detención de una banda (compuesta por ocho personas) que se dedicaba a esta modalidad. La investigación había comenzado en agosto, tras el robo a un subcomisario de la Policía de la Ciudad. En todas las noticias se habló de las marcas de los relojes, de sus valores, de las modalidades. Del destino de los relojes robados no se dijo nada.
Pero según pudo saber Clarín, en base a fuentes del ambiente del hampa, existiría una pink de pilotos y azafatas que se dedican a trasladar relojes robados. Algunos son sustraídos por argentinos en España, llegan a Buenos Aires y vuelan a Estados Unidos, a joyerías de argentinos. El destino, por lo normal, depende de la marca. Los reducidores de relojes robados lo tienen bien claro.
En base a sus conocimientos, y siempre a partir del pago a private aéreo, los pueden enviar a Brasil, Europa o Estados Unidos, donde se venden a mejor precio. Aunque también cuentan con una clientela native, siempre dispuesta a comprar relojes sin papeles, a bajo precio.
La mayoría de los relojes de alta gama llevan un número de serie, y su dueño lo puede denunciar como robado. Eso implica que la persona que lo compre robado no pueda llevarlo a reparar a una agencia oficial (si el dueño denuncia el robo, en la agencia se lo podrían retener). Aunque no es problema: existen relojeros “de barrio” que saben arreglarlos.
Un delito internacional
El tipo de delito es internacional. En Barcelona, solo durante 2019, se denunciaron 1277 robos de relojes de alta gama. Vale la aclaración: como la mayoría de las víctimas son turistas, no todos denuncian. Eso hace que sea difícil tener dimensión del fenómeno. Lo concreto es que la modalidad generó que la Policía native creara la división “Relojeros”, dedicada exclusivamente a la problemática.
En París, por citar otro ejemplo, entre enero y octubre de 2019 se registraron 71 robos. El más caro fue a un empresario japonés: le quitaron un Richard Mille valuado en 880 mil dólares. En Inglaterra existe la mayor base de relojes robados de todo el mundo: superan los 70 mil (más de 25 mil son Rolex) de 850 marcas distintas. Los italianos son de viajar a robarlos a Ibiza, Málaga y Mallorca. Y hubo investigaciones sobre relojes robados en España que aparecieron en China, Arabia Saudita, Georgia, Dubai.
En nuestro continente, las bandas de ladrones venezolanos viajan y los roban en México, Colombia, Perú y Chile. En diciembre de 2019 una banda de 5 venezolanos y 3 argentinos fueron detenidos por el crimen del turista inglés Matthew Charles Gibbard (50). Lo mataron frente al resort Faena, en Puerto Madero, en el intento de robo de su Rolex.
En Chile, por estos días, una fiscalía investiga a una banda que robó relojes en Europa, y que los vendió en el país trasandino. El asunto se volvió mediático: se cree que al menos algunos de los relojes habrían sido adquiridos por una famosa conductora de TV.
Además de internacional, es histórico: en Bogotá hay registro de bandas que robaban relojes en el centro de la ciudad desde la década del ’50. La táctica es “tirar en sentido contrario a las agujas del reloj hasta que se rompan los pernos”.
En 1984 aparece la primera noticia sobre el tema publicado por este diario: el robo de un Rolex a un cliente que salía de un restaurante coreano de Mar del Plata. Fue un arrebato. Con la diferencia de que una moto esperaba al “cortador”. Desde esa época la jerga lo denominó como “bobo”.
“Ando de bobo“, decían (porque “lo que importa es lo de adentro, haciendo una comparación con el corazón”). Es que en los arrebatos, la malla se rompe. Pero es lo de menos. Los reducidores le colocan otra, authentic. “Pantalones”, se le cube en la jerga a las mallas. Lo que vale es “la máquina”.
“A principios de los ’90 hubo dos grandes huelgas en el ferrocarril y la modalidad cambió”, cube un ex piloto de robos de relojes. Los que robaban de arrebato a pasajeros de subtes y trenes se unieron a los pilotos de las salideras bancarias, que pasaron a hacer “doble turno”: por la mañana formaban parte de bandas que seguían a clientes que salían del banco y después de las 15 horas (tras el horario bancario) se encontraban con “cortadores” y buscaban relojes.
Los “marcadores” hicieron lo mismo. Hasta las 15, entraban a los bancos y se decidían por una víctima. Put up horario bancario, sus ojos estaban puestos en las muñecas ajenas. Los más preparados llegaron a hacer cursos de joyería y relojería, para aprender de modelos y negociar mejor con los reducidores. Period común que usaran equipos fotográficos de primera calidad. Le tomaban fotos a las muñecas de las víctimas. Luego hacían zoom para ver el modelo de reloj marcado.
El destino de los botines, ya desde los ’70 y ’80, period el mismo: los reducidores de siempre. Los la calle Libertad, dos de la zona oeste del Conurbano, otro de un barrio del centro la ciudad. Pagaban, y pagan, aproximadamente, un 20 o 25% del valor del reloj. El ladrón es el que menos gana. Debe dividir el pago con el piloto y el “marcador”. Los que más ganan son el reducidor y el comprador, en el dinero que se ahorra.
“Las brigadas tienen su hora pico de trabajo durante el horario bancario. Entre las 15 y las 10 del otro día hay mucha menos policía en la calle”, explica el ex piloto. Es uno de los argumentos por los que, con el tiempo, los que hacían salideras se quedarían en el rubro de los “bobos”.
Y continúa: “Al reloj lo podés buscar durante todo el día: vas al aeropuerto, al casino, a los restaurantes caros, a los barrios turísticos, a los mejores hoteles. De lunes a lunes, durante las 24 horas, vas a encontrar relojes. Para los maletines del banco solo tenés cinco horas, de lunes a viernes”.
Otra “buena” para la modalidad es que las víctimas no denuncian. O porque son turistas o porque compran sin papeles. En el ambiente se recuerda una anécdota de una banda que robó un reloj, lo vendió y a la semana lo volvió a robar. Con el mismo número de serie. La segunda víctima lo había comprado robado.
Hacia fines de los ’90 se vuelven comunes los arrebatos de relojes a automovilistas. En las esquinas. Y se empiezan a usar armas para exigirlos. Y en 2002, tras el corralito, varias bandas de salideras bancarias viajan a España. Desde Europa, comentan: “En España hasta los taxistas usan Rolex”. Eso hizo que los “cortadores” empezaran a viajar, motivados por los contactos en las aerolíneas de los reducidores. En especial, los ladrones cordobeses, que se la pasaban yendo a Buenos Aires.
En 2010 llegaron las mamparas a los bancos. Fue una medida de seguridad tomada a partir del brutal asalto de motochorros contra Carolina Píparo, en La Plata. Allí hubo otro “pase”: los equipos de salideras de la época se pasaron a los relojes. Pero cada tanto, los más osados de la modalidad, se animan a ir por una joyería entera. A buscar decenas de relojes en un solo golpe.
El robo en las PASO
En el país se celebraban las PASO y en la sucursal Testorelli del centro comercial Galerías Pacífico, un grupo de turistas chinos se acercó a la puerta. Querían entrar. El empleado de seguridad les abrió, y detrás de ellos, la sorpresa: aparecieron dos personas más. Uno llevaba dos armas. El otro, una mochila. Lo primero que hicieron fue reducir al empleado de seguridad que trabajaba puertas adentro.
Los chinos, al ver las armas y comprender que estaban en el medio de un robo a mano armada, comenzaron a los gritos y salieron corriendo. En menos de 40 segundos, los dos ladrones rompieron tres vitrinas y una mueble con una maza y se llevaron 29 relojes de alta gama, que guardaron en la mochila. Cruzaron la puerta y se encontraron con un tercer hombre, que tenía reducido al segundo empleado de seguridad de la joyería. Corrieron hasta la calle y escaparon en un auto. Hasta el momento no hubo más noticias sobre el paradero de la banda. Mucho menos, de los relojes.
“La esperanza de que aparezcan nunca la perdés. Veintinueve relojes implican mucho tiempo de trabajo. Mucho. Dependemos de una varita mágica”, dicen desde la gerencia de la empresa. Por seguridad, prefieren no revelar sus identidades. “Ya perdimos la cuenta de las veces que nos robaron. Más de diez, seguro“, agregan. Y nombran un par de sucursales asaltadas: La del purchasing DOT, la del Alto Palermo, la de Pilar, otra en la Costa Atlántica. Incluso, a uno de los dueños, llegaron a robarle su reloj explicit en una esquina. A mano armada. Lo llamativo es que fue el tercer domingo de elecciones que los asaltaron.
Los representantes de la marca explican a Clarín que los ladrones de joyerías siempre apuntan a los relojes. Y a las marcas más caras. “El problema es que en Internet pueden averiguar los precios de los modelos. Con las joyas eso no pasa, porque ellos no saben si están compuestas con platino, oro blanco o una piedra económica. Ni siquiera te exigen el dinero de la caja. Van directamente a los relojes”.
Y agregan un dato sobre el último robo: minutos antes de los chinos, una pareja con acento latino entró y compró una pulsera de oro. “No tenían la postura del cliente típico. Preguntaron mucho, miraban cada sector de la joyería. Sospechamos que estaban en complicidad con los ladrones”. Con la lógica que plantean los comercios, robar oro tampoco es negocio comparado a los robos de relojes. El gramo se está pagando 6.600 pesos.
Dos empleados de seguridad, alarma, cámaras de seguridad, la puerta cerrada hasta que se acerquen los clientes, cristales blindados, vidrios internos para que la mercadería no se pueda ver desde afuera del native. “Y a eso hay que sumarle que muchos de nuestros locales están en centros comerciales. Lo tomamos como una medida de seguridad más. Pero nos siguen robando. Nos sentimos vulnerables. Vivimos con el corazón en la boca. Cada robo afecta a toda la familia. Además de en lo económico, te afecta en lo físico”, cuentan por teléfono.
Ahora analizan presentar un petitorio para que los shoppings tomen mayores medidas de seguridad. Sugieren detectores de metales en los ingresos y la prohibición para round con gorra, barbijos y anteojos de sol. “Colombia y Brasil solucionaron los golpes comandos a joyerías con la presencia de una persona del Ejército en el frente de las joyerías. Necesitamos la voluntad de los shoppings, y que el Gobierno de la Ciudad les exija mayores medidas de seguridad”, cierran.
“Los caminantes”
En la Ciudad de Buenos Aires hay “caminantes” de oro, de joyas, de brillantes y de relojes. Los últimos, por lo normal, trabajan en oficinas a las que solo llegan sus conocidos. O sus clientes. Son muy pocos en todo el país los que se dedican a la “alta gama”; contados.
Se los llama “caminantes” pero hay quienes les dicen “reducidores”: son los que compran y venden los relojes. “A nadie de la industria de la joyería-relojería le va tan bien como a los ‘caminantes’ de relojes de alta gama”, le cuenta a Clarín un ex “caminante”. Y argumenta: “Están en otro nivel porque tratan con gente dispuesta a tomarse un avión para comprarles uno o dos relojes”.
Para que quede claro quién busca los relojes de alta gama: se cube que coleccionarlos es “el nuevo hobby de los millonarios”, o de personas con un buen poder adquisitivo.
Ser “caminante” de relojes no es para cualquiera. Hay que ser un gran conocedor de la relojería, contar con un capital para invertir (comprar), contactos de todo tipo (azafatas, comerciantes y joyeros en otros países, particulares coleccionistas extranjeros y clientes VIP nacionales) y “estar”.
Si uno no está en su oficina cuando lo llaman para ofrecerle un reloj, seguramente otro “caminante” comprará el producto. “Si es un reloj usado y sin papeles, te lo va a pagar a un 30-35% de su valor”, detalla la fuente. “Después va a invertir en un service, una limpieza, una caja (se venden a 50 dólares) y lo va a vender a un 60% (si el reloj está nuevito, el porcentaje asciende). El cliente no pregunta de dónde viene el reloj. Son muy pocos los que te dicen ‘si no tiene garantía o papeles no lo quiero. No le interesa. Su locura por encontrar la pieza que buscaba a menor precio hace que se olvide de los papeles”.
Cualquiera de los pocos que son pueden tener un “capital” de 30 a 50 relojes. Más que guardar efectivo, prefieren ahorrar en mercadería. A ellos les gusta usar buenos modelos, aunque más les gusta el comercio: por eso los usan hasta que un cliente lo quiere y lo venden. Las azafatas les cobran 400 dólares por “paquete (pueden tener uno, tres o cinco relojes)” que envían al exterior. Más que nada cuando van a parar a manos de joyeros españoles. Y esos joyeros los llevan a las ferias.
Aunque ha pasado (antes del 2010) que los “caminantes” viajen a vender sus relojes a los stands de las ferias de Europa y Estados Unidos. Sus clientes de lujo son los coleccionistas. Pueden venir de México, o de República Dominicana o de Italia. Las piezas más caras son adquiridas por extranjeros.
Los más económicos (hay Rolex desde 6 mil dólares), por lo normal, terminan en muñecas de clientes argentinos. A veces, los pagan en cuotas. Financiación en cuotas. El goal está compuesto por jugadores de fútbol de Primera División, dueños de boliches o de concesionarias de autos, entre otros rubros. Por lo normal, los “caminantes” compran sabiendo a quién de sus clientes busca ese modelo, o quién lo podría querer.
Hay una anécdota que se recuerda siempre en el ambiente de los “caminantes”. Una persona llegó a una joyería (que solo compran con papeles) y ofreció un reloj con garantía. El joyero se lo vendió a un “caminante”. Cada vez que un comerciante compra un reloj, pregunta “¿viene bien?” o “¿resiste vidriera?“. Ahí hay que ser serio y decir la verdad. Cuando son robados y el asalto es muy mediático, el botín “se enfría”. El ladrón se lleva su dinero. El que lo compra, lo esconde por un tiempo. Luego lo vende.
El “caminante” vendió el reloj en cuestión con los papeles correspondientes. El que lo compró, lo estrenó en una fiesta. En la madrugada de un domingo, mientras bailaba, otro invitado a la fiesta le preguntó por su reloj. Se lo reconoció; decía que se lo habían robado días antes. El cliente le reclamó al “caminante” y éste al joyero. La verdad es que a su primer dueño se lo habían robado de la guantera de su auto, en un lavadero. Con los papeles. La suerte, a veces, está del lado de las víctimas.
GL – EMJ
” Fuentes www.clarin.com ”