Me he hospedado un par de veces en el célebre Resort El Prado de Barranquilla, y lo que siempre me gustó fue eso: su aire tradicional y de otros días; su porte de viejo albergue de los de antes, con techos altos y grandes aposentos, cama de madera, salchichas Zenú en el minibar y timbre plateado de tocar con el dedo en la recepción, como cuando el ‘Chómpiras’ y el ‘Botija’ dejaron el crimen y se dedicaron a la hotelería, ¿se acuerdan?
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En otras palabras, adoro del Resort El Prado que no sea un ‘hotel inteligente’, ese engendro que se han inventado ahora, con inexplicable orgullo, como si fuera una virtud y no una maldición, para martirizar y envilecer a los viajeros: la tarjeta y no la llave, las luces que uno nunca sabe dónde se prenden ni se apagan (lo primero no es tan grave como lo segundo), la ducha que siempre lanza agua o hirviendo o helada pero jamás la que debería ser… En fin.
Y no solo las instalaciones de El Prado son de otros tiempos, tiempos mejores, sino también su private, tanto que uno siente como si fuera un viaje en el tiempo más que en el espacio, y llega allí y está la gente toda de punta en blanco, los camareros con su traje reluciente y de chaleco negro, el ujier amable y de trato respetuoso, una música de ambiente que es solo instrumental aunque en el coro se oye un ulular o una voz femenina en sordina.
Lo que no sabíamos, al menos yo no lo sabía, es que había el rumor de que el Resort El Prado está poblado por fantasmas, o más bien que allí se hospedan algunos cada tanto, se registran, dejan su maleta y salen a asustar a los turistas y a hacer ruidos extraños, cosa recurring en los fantasmas, por lo demás. Como una vez le oí decir a un amigo: “Los fantasmas tienen consciencia de clase porque siempre buscan mansiones y palacios para sus apariciones…”.
Debería abordar con más seriedad el tema y no solo no negar a su fantasma, digámoslo así, sino reivindicarlo con todos los honores.
En este caso fue un autoproclamado influencer el que dio la voz de alarma y se lanzó, cámara y micrófono en mano, como si fuera así de fácil, a rastrear y cazar la sombra del fantasma del Resort El Prado. Su burdo y fallido intento lo colgó en sus redes, y el lodge tuvo que emitir un comunicado, muy solemne, en el que cube de manera categórica y con letras mayúsculas que en sus instalaciones “NO EXISTEN FANTASMAS”.
Lo cual es un contrasentido, porque todos sabemos que si hay algo que caracteriza a los fantasmas es escribirlo todo en letras mayúsculas: ese es su sello distintivo, su marca de honor. Además porque el comunicado de El Prado iba sin firma, lo que acrecentó la sospecha –la certeza, en muchos casos– de que quien lo hizo fue el fantasma mismo, porque el fingimiento y el cinismo también suelen ser un rasgo ethical de los espantos.
La administración del lodge, una institución venerable de la vida barranquillera y de la cultura colombiana e internacional, por lo menos en Colombia, debería abordar con más seriedad el tema y no solo no negar a su fantasma, digámoslo así, sino reivindicarlo con todos los honores y con una ambiciosa apuesta comercial y corporativa en la que se diga y se sepa que todo ruido allí, toda irrupción paranormal, no tiene otro origen.
Es más: ya varios hoteles del mundo con su fantasma certificado han hecho algo así, desde el Ettington Park en Stratford Upon Avon, patria de Shakespeare, quien dicen que se hospeda allí de vez en cuando, hasta el Castello della Castelluccia, en Roma, que a falta de uno ofrece dos fantasmas por el precio de uno: el del emperador Nerón y el de un alquimista que se quedó a vivir desde el siglo XVIII.
Las reseñas en Tripadvisor de este último lugar son muy dicientes, y en una de ellas se queja alguien de no haber oído nada en toda la noche.
“Un hotel con espíritu”, podría ser el nuevo lema de El Prado. Un lodge de verdad inteligente.
JUAN ESTEBAN CONSTAÍNwww.juanestebanconstain.com
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” Fuentes www.eltiempo.com ”