El Mosela. No es uno de esos grandes ríos europeos cuya fama trascienda fronteras. Discreto, serpenteando como una culebra, su curso fluvial nace en la francesa cordillera de los Vosgos, atraviesa Luxemburgo y entra en la alemana Tréveris para acabar desembocando en el Rin unos 195 kilómetros más adelante. El bello Mosela que enamoró al pintor británico William Turner, es patrimonio turístico de unos pocos que por aventurarse más allá de lo típico acaban haciéndose asiduos a sus pueblos y a sus vinos, algo que por cierto ya le sucedió al maestro inglés, quien regresaría para pintar la región hasta en diez ocasiones.
Las laderas que bañan el Mosela y el Rin son la tierra madre del Riesling, una uva altamente apreciada por el público especializado en vinos que aquí se cultiva de modo tradicional junto a otras variedades locales como la Müller-Thurgau o la Elbing. Este valle no tiene un terreno fácil para la viticultura y las espectaculares pendientes del terreno (que pueden alcanzar hasta el 70%) hacen que los 5.000 pequeños productores que hay en el Mosela deban realizar la mayoría de trabajos con sus propias manos, sin ayuda de maquinaria. Los vitivinicultores (heroicos) de esta región son pequeñas familias que cubren todo el proceso desde el campo hasta la bodega para hacer que cada uno de sus vinos sea una pequeña obra de artesanía; se trata de producciones de pocos miles de botellas numeradas que en su mayoría solo pueden degustarse aquí.
La magia del Mosela radica precisamente en descubrir por uno mismo algunas de esas micro bodegas que salpican el paisaje; estas son solo cuatro, pero hay unas cuantas miles más esperando para ser descubiertas.
” Fuentes viajes.nationalgeographic.com.es ”