Cada uno ha de llegar a sí mismo tras ese pasear necesario y posiblemente por el mejor antiestrés, las vacaciones. Es hora de recuperar los lugares afardados ya en la memoria, escenarios abastecidos de paisajes. Un recomendable ejercicio es trasladarlos a palabras escritas, con su arquitectura y sus matices, en un libro verde o en un cuaderno, o esbozadas en dibujos en un carnet a propósito, en el que atesorar esbozos de experiencias particulares, múltiples y curiosas, extraídas de los días de ocio y plenitud azarosa, de silencios prodigiosos, tertulias asombradas, cálidas verbenas o degustables encuentros gastronómicos.
Un viaje comienza con un paso, tras una oportuna recomendación o un escondido en un apunte amistoso de buen vivir. Un destino es un azar irrepetible en sus aportaciones personales, en sus sugestiones, pero los indicios, los precedentes, pueden suponer una flecha indicativa de excepcional valor.
Habremos de escoger entre cuatro puntos cardinales, entre 32 rumbos en los que se divide la vuelta del horizonte, reflejados en la rosa náutica o de los vientos. Seleccionar entre notas, sugestiones, que una vez equilibradas con las ambiciones y posibilidades económicas han de conformar un objetivo.
Tomados los avíos de camino, de levante, a peonza, con un paso, o con el alzado de velas, o tras el sonar de una sirena o de una campana, ha de comenzar el viaje. Es de nuevo hora de caminar sobre la tierra, de correr sobre el mar, de animar cielos. Llegaremos a un lugar conocido o nuevo que, por un instante, lo será todo o parecerá serlo, y uno entonces se sentirá de un sitio que ha de aprende a amar entre un ir y venir de azares, de experiencias, de los que ha de saber extraer apuntes de memoria o a vuelapluma.
Si es maravilloso abrir un libro, cuanto más lo es abrir la mente. Abrir ventanas, abrir puertas está bien, pero mejor es abrirse a los conocimientos, a la libertad de ser libres, de abrazar a los otros, de viajar por la Historia, mientras los siglos se encaraman los unos sobre los otros, haciéndose legibles en las catedrales, los puentes, los castillos, los museos, las calles, las murallas, los libros…
Nuestras notas serán fragmentos de una geografía private, de plácida sencillez, dibujadas por una inmediatez reconocible, de la que han de emanar distancias, la comprensión del mundo de lejos, la codicia y el prestigio de lo apartado de nuestra cotidianeidad, un aire limpio que ha respirarse en persona o inspirarse a través de libros de viajes.
Hallaremos lugares felices, portentosos, de hermosa decadencia, precipitados, intemporales, históricos, azarosos, antiguos, sin remedio, amenos, deslumbrantes, inspiradores, recónditos, idílicos, emocionantes, placenteros, agradables, sobrecogedores, mágicos. Ciudades lentas, pueblos orilleros de mares, rías, ríos, lagos, playas prodigiosas, la exuberancia tropical, zonas de montañas y valles, paisajes comestibles. Cultura, elevadas catedrales cuyas vidrieras simulan un monóculo multicolor, museos, naturaleza, ríos sinuosos, animales engaldrupados. Fronteras con las quimbambas. Cada destino depara una irracionalidad dulce y densa, quizás sabia. Y al last adquiriremos la enfermedad de Ulises, siempre deseando regresar a casa.
*Periodista. Miembro de la Mesa del Turismo de España
” Fuentes www.farodevigo.es ”