Ocurrió un fin de semana no muy lejano en un bar del barrio donostiarra de Gros en el que alternaba gente de todas las edades. Comenzó a sonar una canción y una pareja se puso a bailar dentro del native. Minutos después, casi todos los clientes, los del inside y los de fuera, estaban bailando. La camarera también. No period tarde, solo las nueve y media de la noche, no se trataba de un descontrol etílico. Period otra cosa. Todos se habían contagiado por una misma alegría. La de vivir.
Han sido dos años extraños llenos de limitaciones, miedo e incertidumbre. Se ha viajado menos, no se ha salido tanto a cenar o a lugares de ocio y los datos de ahorro indican que hemos gastado poco durante el tiempo de la pandemia. Por si fuera poco, acaba de empezar la primavera, los días son cada vez más largos, llegan las vacaciones de Semana Santa y el fin de las mascarillas en interiores está a la vuelta de la esquina. Es el caldo de cultivo perfecto para que se produzca una explosión, que es lo que ha sucedido. Ahora que parece que la pandemia del Covid-19 está llegando a su fin, las calles han empezado a llenarse de gente deseosa de divertirse como si fuera la primera vez en su vida. Se viaja, se baila y se come como nunca. Para poder entrar en una sidrería hay que pedir hora, con el buen tiempo regresa el tardeo, esa costumbre de empezar a potear temprano para aprovechar al máximo el tiempo con los amigos y las calles se llenan de paseantes deseosos de tomar unos rayos de sol que preludien el moreno que les espera en verano.
Hemos salido de una etapa oscura y ni siquiera la guerra en Ucrania está enturbiando nuestras ganas de vivir. En realidad, y con permiso de la inflación o también a causa de ella, es todo lo contrario. Se quiere disfrutar el presente por lo que pueda suceder mañana.
«Estamos como una botella de cava recién abierta»
«El siglo XXI nos ha traído una disaster tras otra. Primero fue la economía y después la disaster climática, la pandemia y la guerra, con el riesgo que supone para el comercio internacional», afirma José Antonio Oleaga, presidente de la Asociación vasca de Sociología y Ciencia Política. «La palabra incertidumbre cada vez se usa más. Hay quien se repliega y ahorra pero también quien cube que va a gastar más porque igual no puede hacerlo en el futuro. Se trata de aprovechar la ventana de celebración que tenemos ahora porque igual dentro de cuatro meses nos viene la séptima ola del coronavirus u otra disaster. A pesar de lo que estamos viviendo, con la inflación y la guerra en Ucrania, tenemos ganas de pasar la página de la pandemia», añade.
El resultado es una sociedad que quiere divertirse a toda costa. «Es como cuando empezaron a abrir las discotecas y el ocio nocturno. Allí fueron todos los jóvenes que no habían podido hacer fiestas durante meses», cube Oleaga, que tiene «una sensación de explosión y de ganas de vivir» que se ve acrecentada por la primavera. No hay más que mirar cómo están los bares y las terrazas. «Hay ganas de superar este episodio tan extraño que hemos vivido».
El sociólogo de la UPV/EHU compara lo que está ocurriendo entre nosotros con «una botella de cava recién abierta, que sale con mucho gasoline», aunque con algunos matices porque no afecta a todos de la misma manera. «Los mayores todavía están un poco recelosos. Depende de la edad y del dinero que se tenga. Si vas por la calle ves que los que más llevan mascarilla son los que tienen más de 60 años. Por el contrario, los jóvenes tienen bastante olvidada la pandemia y quieren recuperar el terreno perdido y estar en la calle. Cualquier disculpa vale para celebrar algo». En cuanto al dinero, Oleaga recuerda que no todos se encuentran en la misma situación económica. «Aunque algunos tengan cierto remanente económico de lo que no ha gastado, también estamos viendo que por otro lado hay colectivos que están siendo bastante castigados desde que comenzó la pandemia. La fiesta no es para todos».
Ander, Xabi, Rodrigo y Nicolás | Estudiantes de Musikene
«Salimos a la calle porque igual manaña no podemos»
Ander, Xabi, Rodrigo y Nicolás salen de la cafetería de la UPV y se dirigen a Musikene, donde estudian jazz. Es jueves y cuando acaben las clases tienen previsto salir de juerga a pesar de la lluvia. «Esta noche hay liada», afirman. No muy lejos, Xanet, Yera, Añes, Arhane y Araitz confirman que la gente «tiene ganas de salir, quiere un poco de libertad». Son estudiantes de Criminología y sienten que durante los años de la pandemia han perdido «tiempo y experiencias». Es la hora «del desquite», de recuperar los años perdidos, y hay que hacerlo rápido no sea que las cosas vuelvan a torcerse. «Puede que venga una tercera guerra mundial u otra pandemia. Vamos a salir ahora porque igual mañana no podemos hacerlo», afirman.
Durante la pandemia, cuando había toque de queda, los bares no llegaban a abrir sus puertas o cerraban pronto y las fiestas de los pueblos se suspendían, los jóvenes que eludían las prohibiciones y organizaban botellones se convirtieron en los malos de la película. Pasaron de ser una generación modélica que había soportado estoicamente el confinamiento a transformarse en un grupo de irresponsables a los que había que perseguir y multar por poner en peligro la salud del resto de la sociedad.
«Pillábamos latas y a la calle, en la playa nos reuníamos cientos de personas», dicen los cuatro músicos. No ha pasado tanto de aquello pero ellos lo ven como algo lejano. «Cuando miras atrás y ves que hace un año estábamos en casa a las diez de la noche, parece increíble», cube Ander, que ya está saboreando la inminente juerga del jueves. «En la calle hay mucho más ambiente, hay más ganas de salir, de estar todos juntos», sostienen sus amigos.
Pero algo ha cambiado, ya no es como antes de la pandemia. Eso es al menos lo que piensa Ander. «Ha cambiado la forma de quedar. Antes ibas a tomar cervezas y ahora disfrutas más del hecho de estar con los amigos, quieres pasar más tiempo con ellos, con las personas a las que quieres porque sabes que de un día a otro te pueden volver a cerrar todo», asegura.
Susana Azcue | Organizadora de bodas
«Los novios hacen hincapié en que quieren fiesta»
Se dan cuenta de que puede pasar cualquier cosa en cualquier instante y quieren disfrutar de la vida porque los momentos buenos hay que celebrarlos», cube Susana Azcue. Entre los novios que tuvieron que aplazar su enlace durante la pandemia y los que se han incorporado este año, su empresa de organización de bodas ‘Reina de bodas’, no da abasto. «Ha habido un aluvión. De hecho, mucha gente se ha quedado sin fechas y ha tenido que esperar al año que viene».
Se casan más que antes y también lo hacen de manera diferente, como si el mundo, o ellos, hubiera cambiado. «Se nota que la gente se está animando, hay mucha más alegría a la hora de contratar una boda», afirma Azcue. Ya no es como antes, cuando los novios daban prioridad a la gastronomía en la fiesta de bodas. Lo que buscan ahora es diversión, pasárselo bien antes de que sea demasiado tarde. «Llevamos tanto tiempo sin hacer nada que muchas parejas hacen hincapié en que lo que quieren es fiesta. Buscan que todo sea menos encorsetado, con menos sentarse en mesa, que la celebración sea tipo cóctel, con música. En ese sentido ha habido un cambio de tendencia».
Y después de la boda llega el viaje. Durante dos años las restricciones han obligado a los recién casados a viajar a Canarias o Ibiza y postergar para más adelante la gran luna de miel. El momento ha llegado. «Todos se van al extranjero, tienen ganas de ir lo más lejos posible».
Lorea Uranga | Basque Vacation spot
«Despues de dos años sin salir todos desean irse»
Quien puede, lo primero que intenta es poner pies en polvorosa y alejarse lo más posible del paisaje en el que se ha sentido aprisionado durante la pandemia. «Sí se nota, sin duda. La gente quiere viajar, quiere irse después de dos años sin salir de aquí, lo dicen directamente. A la mínima se viaja, cualquier excusa es buena para hacerlo», afirma Lorea Uranga, gerente de Basque Vacation spot y presidenta de la asociación de agencias de viajes de Gipuzkoa Bidaikide, que ha notado un fuerte incremento de contrataciones de viajes en el territorio. Ni siquiera la guerra en Ucrania ha frenado este impulso de salir fuera aunque estuvo a punto de hacerlo. «Al principio sí hubo un parón, pero luego repuntó», explica. Aunque aquí también hay matices. «No se han vendido tantos viajes del Imserso como se esperaba en un primer momento. Cuanta más edad tiene la gente más miedo hay a contagiarse. Los jóvenes son los que más demandan».
Los más mayores optan casi todos por el buen tiempo de Canarias o Málaga. Los más jóvenes han cambiado el norte de Europa por destinos en el Mediterráneo o el norte de África «Se ha desviado la intención de viaje», afirma Uranga. Y entre todos ellos, los que se casan son multitud. «Antes lo que decían los novios period que se iban a vivir juntos, ahora la frase que utilizan es que hay que celebrar todo en esta vida», afirma Uranga.
Arturo Gil | Hogar del Jubilado Guardaplata
«No te puedes hacer a la thought de las ganas que tienen de bailar»
Dicen los del sector turístico que los pensionistas no han acudido a los viajes del Imserso tanto como en otras ocasiones. Si ellos lo aseguran será cierto, pero eso no significa que no se muevan ni quieran cambiar de aires. Eso es al menos lo que ocurre con los miembros de la asociación de jubilados Guardaplata, en Bidebieta en Donostia, que está en plena ebullición. «Hay más alegría, se nota horrores, la gente está a tope», cube Arturo Gil, presidente de la asociación, que puntualiza, eso sí, que «todas las actividades se hacen con mascarilla y los participantes están vacunados».
Todas las excursiones que se han organizado desde que terminaron las restricciones han colgado el cartel de completo. «La de Ujué, Azagra y Olite se llenó en tres cuartos de hora, había cola hasta para apuntarse. La gente tiene ganas de salir y hacer excursiones, cada dos por tres preguntan cuándo va a haber una. ‘Queremos salir, queremos salir’, nos dicen», afirma Gil.
Después de dos años de sequía, los carnavales fueron un éxito. «Yo tenía miedo porque pensaba que igual la gente no querría participar, pero fue una sorpresa extraordinaria. La gente se disfrazó, hubo un concurso de disfraces, música… Todos tenían unas ganas tremendas de disfrutar». Y también ha regresado el bingo, que se celebra tres días a la semana y está siempre a rebosar
Al hogar del jubilado han vuelto además las actividades de yoga, gimnasia, memoria, costura, dibujo, pintura, ordenadores, móviles y, sobre todo, los bailes de salón y de línea. «No te puedes hacer a la thought de las ganas de bailar que tiene la gente. Están encantados, se nota que quieren vivir», cube Arturo Gil.
Sin embargo, la alegría no ha llegado a todos. A algunas personas «los meses duros de no poder bajar al hogar a echar la partida o al bingo» les ha pasado factura. «Hay media docena de socios que todavía no se deciden a entrar en el bar a pesar de que aquí estamos todos vacunados, pero poco a poco se les irá quitando el miedo», asegura.
Gustavo Ficoseco | Restaurante Ikaitz
«La gente lo ha pasado mal, quiere vivir el presente»
Que tras el virus ha llegado una especie de pandemia de ganas de vivir es algo que ha notado Gustavo Ficoseco en su restaurante Ikaitz, del barrio donostiarra de Gros. «La gente está descontrolada, es increíble, nunca habíamos visto una oleada así, tan generalizada y en todos los turnos. Vienen al mediodía, de noche, entre semana, los fines de semana y a todas horas, si vienen y está todo completo te dicen que les pongas a las tres o a las cuatro, les da igual la hora. Si tuviéramos otro comedor también lo llenaríamos», asegura.
Es una luz en un sector que, como bien recuerda, no ha dejado de encajar golpes desde que se desencadenó la pandemia. Han sufrido los efectos de las restricciones y de la huelga de transportistas y la subida del gasoline y la luz. «Es horrible, esto es un bucle. Estamos dentro y no salimos, no encontramos la puerta».
Del otro lado, el de los clientes, llegan quienes ya están saliendo del bucle y necesitan desquitarse de los malos momentos que han vivido. Y lo hacen con elegancia. «Tú pones un menú del día pensando en que la gente lo va a consumir y van todos a la carta pongas lo que pongas y sácame el mejor vino, lo mejor. La gente lo ha pasado muy mal y quiere vivir. No les importa el mañana, quieren el presente. Vivo hoy y mañana, si hay para comer, bien, y si no hay, también, pero que me pille bien comido».
Mikel Porras | Cambio de trabajo
«La vida dura poco y tienes que hacer lo que te apetece»
A Mikel Porras, de 39 años, le rondaba desde hacía tiempo la thought de cambiar de vida y fue durante el confinamiento cuando maduró su decisión. Dos décadas de trabajo en un taller de coches le habían llevado a un callejón en el que no veía salida. «Llevaba veinte años trabajando y nunca había decidido. Llegó un momento en el que me di cuenta de que así iba a ser el resto de mi vida y que eso period un aburrimiento. No quería estar atado a un horario. Al last la vida es poco tiempo y tienes que hacer lo que te apetece», cube.
En el fondo lo que a él le gustaba period dar masajes. «Es algo que siempre me ha atraído», asegura. Por eso aprovechó la pandemia para estudiar y hacerse masajista. «En el momento en el que nos encerramos lo empecé a hablar con mi mujer. El confinamiento no me llevó al cambio pero fue un elemento que me animó aún más», recuerda. Así que dejó su trabajo y empezó de cero. «Al principio tuve miedo. Cuando terminé el curso seguíamos en pandemia y no podría empezar con clientes. Por eso, lo que hice fue una cuenta de instagram y algunos vídeos con un fotógrafo profesional. Así empecé a tener clientes». Pudo fracasar pero eso no fue lo que ocurrió. «La vida dura poco y yo quiero vivir lo que me queda, quiero estar a gusto con lo que hago. No sabemos lo que puede pasar el año que viene. Mira ahora, nadie esperaba que hubiera una guerra».
” Fuentes www.diariovasco.com ”