Con motivo del cumpleaños de mi papá, mi hermano y su familia vinieron de Estados Unidos, en donde viven. Se nos ocurrió ir a las faldas del Pico de Orizaba, para caminar y tomar fotos. Al regreso, unos kilómetros antes de Xometla, en el municipio de La Perla, el auto en que venía la familia de mi hermano, con mi mamá, fue detenido por hombres armados, que los despojaron del vehículo. Nosotros veníamos detrás, y pudimos recogerlos, para regresar todos en uno solo de los autos. Afortunadamente, nadie resultó herido, y sólo se perdió el auto con algunas cosas que venían en él. Como ocurre con muchos mexicanos, al remaining celebramos que no hubo mayor daño, y sólo fue un pésimo momento, seguido de varias horas de trámites.
En los últimos días, se han reportado eventos similares en la autopista Monterrey-Nuevo Laredo, como hace un par de años ocurría en la que va de Ciudad Mendoza a Esperanza. Hay otras regiones en donde las cosas son peores, y no sólo roban autos, causan daño a las personas. Comentábamos hace unos días, tenemos un problema de seguridad pública realmente serio. Nada más en Veracruz, la tarde anterior al robo del auto la Policía Estatal asesinó a dos jóvenes en Amatlán de los Reyes, cerca de Córdoba. Seguramente habrán ocurrido 80 o 90 homicidios más en el país en ese día, el siguiente, hoy que escribo, mañana que usted lee.
Los caminos no son seguros. Las ciudades lo son un poco más, aunque tenemos varias colocadas entre las más violentas del planeta. Pero moverse de una ciudad a otra es correr un riesgo adicional. Algunas autopistas con mucha circulación no favorecen la actuación de los maleantes, pero los tramos menos concurridos son su espacio de acción. No se percibe mucho despliegue de la Guardia Nacional, que se ve menos de lo que se veía la Policía Federal. Las policías estatales, con mucha menos capacitación, no generan confianza –en lo common–, porque cometen errores graves, como el ocurrido en Amatlán. Así que hace uno los viajes con la esperanza de que no pase nada. Después de más de un año de confinamiento, esta nueva normalidad no parece muy atractiva.
Quienes deben viajar constantemente, porque mueven los productos que compramos, han venido sufriendo esta inseguridad desde hace al menos una década, pero se ha agravado. La enfrentan haciendo convoyes, manejando más rápido de lo regular, utilizando tecnología. Pero todo eso tiene un costo adicional, que hay que sumar al porcentaje de viajes que no llegan a buen término, porque son asaltados.
Un país extenso y montañoso como el nuestro es difícil de cuidar. Los asaltantes de caminos han sido un flagelo constante en nuestra historia. Los dos momentos de paz autoritaria en México, con Porfirio y con el PRI, redujeron este fenómeno cooptando a los criminales, que se convirtieron en parte del Estado: los rurales con Díaz, los judiciales con el PRI. Ya hemos platicado en otras ocasiones que muchos de los héroes que festejamos fueron originalmente delincuentes: Galeana, Bravo, Villa, entre otros.
Como lo han explicado los expertos, la solución al problema de la seguridad no pasa por militarizar a la Guardia Nacional, como ahora se intenta, sino en construir un sistema centrado en una policía bien capacitada y pertrechada, a nivel federal y estatal. Habíamos avanzado bastante en la primera, y algunas entidades aún mantienen policías razonables, pero en otros casos (como Veracruz) el deterioro es evidente.
Si no se detiene ese proceso, y los caminos no vuelven a ser seguros, será imposible mantener el funcionamiento del Estado. Así ocurrió durante buena parte del siglo 19, y el segundo cuarto del siglo 20. Y luego llaman transformación al derrumbe, y héroe al delincuente.
” Fuentes www.elfinanciero.com.mx ”