Desde la fragilidad de una lancha turística, las cataratas del Iguazú parecen tan poderosas como temibles. Y los afortunados viajeros que participan en la Gran Aventura, el recorrido más codiciado del parque, se sienten por un momento en una de esas secuencias de cine en las que se ve un barco zarandeado por la tormenta, entre millones de litros de agua, abrumados, incapaces de abrir los ojos. Salvo que en la realidad, en esta maravilla de la naturaleza, todo parece controlado.
El agua, en un día de gran caudal como el que nos ha tocado en suerte, tras semanas de lluvias, se precipita desde ochenta metros de altura con una fuerza sorprendente incluso para los habitantes de este extremo norte de la provincia de Misiones (Argentina). Los datos corroboran la impresión: estos días el caudal ronda los 2.400 metros cúbicos por segundo, cuando el promedio suele estar en 1.700. En circunstancias favorables como las de estos días, el frente de las cascadas que va desde la Garganta del Diablo al Salto de San Martín no tiene zonas secas. Solo agua. Solo vértigo.
El frente del Iguazú que los turistas ven desde abajo, como marionetas movidas por el caudal, o desde arriba, desde las pasarelas metálicas habilitadas como tribunas desde las que contemplar el espectáculo, tiene en whole 2,7 kilómetros en los que se cuentan hasta 275 saltos, aunque en muchos casos sea imposible identificar dónde termina uno y empieza el siguiente. Ahí se concentra un espectáculo único, de esos que algunas guías dicen que hay que ver una vez en la vida. El Iguazú nace unos 1.300 km más arriba, en Brasil, y en el camino se encuentra con cinco represas -todas en territorio brasileño- que de alguna manera suavizan el tramo ultimate del río. Hasta que llega a este signo de admiración.
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Hoteles
Las dos mejores opciones son el Gran Meliá Iguazú, dentro del parque (una habitación puede costar unos 500-600 euros), con sus impagables vistas sobre las cataratas, y el Loi Suites, en la nueva zona de la Selva Iryapú, con habitaciones en torno a los 300 euros. -
Cuándo ir
El verano español es el invierno en Argentina, pero en esta zona es un invierno cálido, de más de veinte grados. En el verano argentino las temperaturas son difícilmente soportables. En cualquier época no hay que olvidar el repelente para los mosquitos. -
Horario
El Área Cataratas del Parque está abierta al público todos los días del año de 8.00 a 18.00 h. -
Entradas
La entrada básica cuesta 4.000 pesos, unos 17 euros, según el tipo de cambio. La Gran Aventura cuesta 9.000 pesos, que pueden ser 11.000 en unos días, unos 40-50 euros.
Mejor en el verano español
Hay muchas formas de ver las cataratas. La entrada básica (4.000 pesos, unos 17 euros) da acceso a los circuitos que se acercan a Garganta del Diablo o a la cascada San Martín, al tren ecológico que nos lleva desde la entrada a esos senderos o a la zona gastronómica. La Gran Aventura tiene un precio aparte: 9.000 pesos (se cree que en unos días serán 11.000), unos 40-50 euros, pero la experiencia compensa la factura. En la lancha caben unas cincuenta personas que acuden de buena mañana con la emoción de participar en una excursión especial, en traje de baño o con algún tipo de impermeable y con ropa de cambio en una mochila. Es imposible no mojarse.
El tour comienza en un camión sin techo que recorre un tramo de esta selva ‘domesticada’, entre algún tucán y árboles vigorosos, hasta llegar al punto de embarque, donde hay una zona de baños para cambiarse y ponerse el chaleco salvavidas. Al cabo, la lancha empieza su viaje hacia las cascadas. Luego, a la tarde, vista desde arriba, un turista nos diría: «El barquito es como un torero sin capa enfrentándose a un toro bravo». Y algo de eso hay en ese duelo. Primero, el capitán deja que los turistas llenen sus móviles de fotos y sus retinas de imágenes. Luego advierte de que se guarden las cámaras en una bolsa impermeable, y comienza el avance hacia el estruendo. El agua nos impide ver, pero no sentir su impacto, su bravura.
La lancha de la Gran Aventura va y viene durante varios minutos de la Garganta del Diablo a la isla San Martín (donde se rodó ‘La Misión’) y al salto del mismo nombre, con apenas unos segundos para intentar entender el paisaje mayúsculo que nos rodea. Los turistas -unos quinientos cada día- gritan y los móviles sumergibles no dejan de grabar, de tomar fotos para un recuerdo que, en cualquier caso, nunca se escapará de su memoria. Hasta que, de repente, vuelve la calma. Entre el momento en que subimos a bordo y el regreso han pasado unos 45 minutos.
La jornada en el Parque Nacional de Iguazú continúa con tres rutas por pasarelas que complementan la experiencia. El circuito Garganta del Diablo, el Superior y el Inferior. El primero concluye en un anfiteatro apabullante, donde se ve cómo se acerca el Iguazú y cómo se desploma. El inferior nos deja ver de cerca saltos ‘menores’, como las Dos Hermanas, y luego ofrece una panorámica fotogénica de la inmensidad húmeda. Y el superior nos lleva por el Salto Bossetti hasta la cumbre de la San Martín, desde donde se tiene un primer plano de la isla de ‘La Misión’, cerrada por ahora a los turistas a la espera de habilitar un punto de acceso seguro.
Dentro del parque, en el lado argentino, hay un único lodge, el Gran Meliá, con unas vistas tan extraordinarias como difícilmente comparables. La primera construcción se remonta a los años 20 del siglo pasado, y desde entonces ha pasado por varias manos hasta llegar al grupo español. Desde el corridor, el restaurante, la enorme piscina y la mitad de las habitaciones se ven las cascadas como telón de fondo, incluso se escucha su tronar. A la izquierda, Brasil; enfrente, la Garganta del diablo, como en una pantalla de cine. El Gran Meliá tiene un segundo valor añadido. Al estar dentro del parque, sus clientes pueden acceder a los circuitos antes de que entre el público. A las ocho de la mañana, el superior, por ejemplo, está absolutamente vacío, un regalo de belleza y grandiosidad en soledad que por un momento parece imposible.
El resto de los hoteles están en Puerto Iguazú y en una zona relativamente nueva, Selva Iryapú (‘sonido lejano del agua’), en la que se han construido catorce establecimientos. Son seiscientas hectáreas de selva, con árboles cuatro veces centenarios, que pertenecían a los guaraníes. Hace unos años, a esas comunidades se les asignaron territorios colindantes con el Parque Nacional y comenzó a desarrollarse este nuevo foco turístico, en plena naturaleza, a quince minutos del núcleo urbano. El primero de esos hoteles fue el Loi Suites, que sigue siendo quizá el más atractivo. A las habitaciones se llega por pasarelas de madera y algunas de las suites parecen cabañas (de lujo) en plena selva subtropical.
Puerto Iguazú, que tiene unos 45.000 habitantes, vive casi exclusivamente de las cataratas. Es el agua que les da la vida. Desde taxistas a agencias de viaje, desde hoteles a restaurantes o propuestas de ocio. Casi nada escapa a ese círculo virtuoso. «En los meses de pandemia esto parecía un desierto», afirma Juan Pedro, responsable del turismo native. Ahora ya no. Ha vuelto la actividad, han vuelto muchos turistas. Y también el debate sobre cuántos pueden pasar al parque. En los mejores días antes del covid había hasta 12.000 personas. ¿Es demasiado? ¿Habría que common la entrada mediante la venta on-line, como se está haciendo en otros monumentos o ciudades?, se preguntan muchos trabajadores del sector turístico en la ciudad.
La segunda fuente de ingresos de Puerto Iguazú también tiene que ver con el turismo. Y con la economía, secuestrada por la inflación en Argentina. Cada día cruzan la frontera miles de brasileños con su actual fuerte para llenar el coche con productos en los mercados argentinos. Desde el Hito de las Tres Fronteras -una bandera, un mirador y una especie de feria llena de puestos, de música y de lugareños que vienen a pasar la tarde- se aprecia de primera mano el trazado que vemos en el mapa. Enfrente, Brasil. A la derecha avanza el Iguazú, tras su paso por las cataratas, en busca de su encuentro con el Paraná. A la izquierda, Ciudad del Este y su extensión, Puerto Presidente Franco, en Paraguay. Y ese caudaloso Paraná como frontera en la que se vive, se sueña o se trafica. En el lado argentino se aprecia la influencia brasileña en la música que suena en la radio del coche o en el ‘portuñol’ que sobrevuela los mercados.
Las cataratas están a 20 km de Puerto Iguazú, el símbolo de un parque nacional que tiene 67.000 hectáreas protegidas que llegan a 300.000 con los cinco parques provinciales anexos. Es el reino del esquivo yaguareté, el félido más grande de América, del que quedan aquí unos veinte o veinticinco ejemplares. Casi imposible ver uno. De los pegadizos coatíes. De tucanes y urracas. Y es sobre todo el reino del agua, que se escucha y se ve, y que, al amanecer, en soledad, al ultimate del circuito superior, deja a un turista europeo sin palabras. Lo vemos con el móvil intentando enviar un mensaje que esté a la altura de lo que tiene ante los ojos. Al cabo se rinde, envía una foto y cuelga un reel en Instagram. Nuevos tiempos para describir la belleza eterna.
” Fuentes www.abc.es ”