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El buque más moderno de la compañía apuesta por atomizar la oferta gastronómica con más restaurantes temáticos
Comer bien estando de vacaciones es una misión que, a veces, puede antojarse complicada. Especialmente si uno se aloja en algún tipo de resort ‘todo incluido’ o, como en este caso, en un crucero. Lugares en los que uno come, bebe, descansa y se entretiene sin salir al mundo exterior. Hacemos las maletas y embarcamos para ver qué se cuece en un viaje como este.
Al dar una primera vuelta de reconocimiento por el Costa Toscana, el barco más grande y moderno de la compañía italiana, ya observamos una característica que no comparten otros buques: más restaurantes (21), con unos comensales más repartidos y menos aglomerados. Un concepto que deja atrás aquella filosofía tan Pullmantur (que en paz descanse, ya que no sobrevivió a la pandemia) de grandes salones, en los que todos los pasajeros cenaban cada noche en la misma mesa.
Vamos al lío. Estamos en un barco italiano y el cuerpo pide pizza. En la pizzería Pummid’Oro clavan la receta tradicional napolitana, con esa mozzarella -hecha a bordo- que tanto nos gusta que se estire con cada bocado. Para una cena animada elegimos el restaurante Suhino, con ‘nigiri’, ‘maki’ y ‘sashimi’ preparados al momento por un simpático ‘itamae’, que no duda en acercarse a tu mesa para sorprenderte con alguna broma simpática, o persuadirte para que pruebes otra de sus especialidades. Entre este espectáculo y el del Colosseo, el teatro que está junto a las mesas, uno casi no sabe hacia dónde mirar (en el buen sentido).
¿Y qué hay de los clásicos buffets? Para el gran público, la mayoría de desayunos y comidas se llevan a cabo en su enorme ‘self service’ de batalla, la ‘Sagra dei Sapori‘, que recuerda al de muchos hoteles de cuatro estrellas.
La comida es abundante, variada y sabrosa, con opciones saludables. Mucha pasta, eso sí, por aquello de que la compañía es italiana. Punto a favor: los comensales no hurgan en la comida, porque todo lo sirven desde el otro lado de una vitrina. Punto en contra: el comer demasiado y haciendo mezclas algo extrañas debido a esa excitación (o ansiedad) que uno experimenta al llegar. Salir a la cubierta de la piscina y comerse un ‘poke bowl‘ desde la hamaca, sin necesidad de quitarse el traje de baño, es una alternativa al bufet más que satisfactoria para la hora del almuerzo.
Ya que estamos en un crucero, vamos a vivir la experiencia completa. Lo que manda la tradición es hacer, al menos, una noche de gala en la que ponerse guapo y, quizás, reciclar ese traje de la boda a la que hemos asistido este último año.
Un ‘outfit’ tan elegante invita a lucirlo debidamente y, para ello, elegimos cenar en el restaurante Archipiélago. Es un espacio mucho más distinguido que los anteriores. Entrar por su puerta es como acceder a la zona de primera clase de este ‘Titanic’, donde la decoración y la atención del servicio nos acercan al lujo mucho más que ningún otro elemento.
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El Archipiélago cuenta con tres menús a elegir ideados por tres reconocidos cooks: Ángel León, Bruno Barbieri y Hélène Darroze. Raro sería no elegir un menú Ángel León, que por algo es el ‘chef del mar’. El plancton, su ingrediente estrella, tiene presencia en los dos platos que más nos hacen salivar: el rollo con ‘sopressata’ marina y el arroz cremoso de sepia.
El único plato que se queda a medias es el erizo de mar ‘royale’, con una textura que al principio no entra con facilidad, y que no parece apta para todos los públicos. Como siempre, vale la pena añadir al menú el maridaje; para completar la experiencia y salir dispuestos a darlo todo durante la noche que acaba de empezar. Lo que pasa en alta mar, se queda en alta mar.
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