“Sí, quiero, voy. Pero, ¿mis hijos, el trabajo, mi esposo?”, fue lo que le contesté a mi mejor amigo, Richard Moreno, quien me propuso embarcarme en el viaje inaugural del ‘Wonder of the Seas’, el barco más grande del mundo.
“¿Será que me voy a marear mucho?” fue mi segunda pregunta, al pensar en mi vértigo, condición que llegó a mi vida de la mano de mi cuarto bebé. Sin embargo, el imaginarme montada en semejante mole maravillosa, después de entrar en su página web y ver: sus ocho barrios exclusivos, incluido el nuevo y lujoso Suite Neighborhood, que ofrece aún más espacio para disfrutar de aventuras a bordo, cenas que son un deleite para el paladar y un entretenimiento impresionante, no había forma de decir que no.
Con 362 metros de largo y 64 metros de ancho, el buque cuenta con 15 cubiertas, 2.867 camarotes y tiene capacidad para albergar a las 2.300 personas que componen su tripulación y a 6.988 pasajeros. Pesa 236.857 toneladas y cuenta con 52 ascensores, 19 restaurantes y 12 bares y salones, solo dije: “acepto, tengo que conocer esta maravilla”.
Y ahí estaba yo ese jueves de marzo, al medio día, en el puerto Cañaveral de Miami pasando el embarque de Royal Caribbean y mirando impresionada el ‘Wonder of the Seas’ que desde la entrada te permiten entrever este universo inmenso por explorar: bares, piscinas, gimnasio, spa, tiendas, restaurantes, un carro clásico parqueado en medio de la cubierta, música en vivo, ascensores panorámicos, casinos, discotecas…
¡Ufff, una locura!
Antes de zarpar, hay que hacer el simulacro de emergencia, y acudir todos (pasan lista) a la zona de reunión que figura en tu tarjeta. La mía se correspondía con el Bionic Bar, uno de los puntos ‘top’ del barco; es un bar atendido por unos brazos robóticos. Sin persona alguna. Todo automatizado. Con estadísticas y un panel digital en el que aparece tu nombre y cuánto te queda por esperar.
Suena la sirena, ¡zarpamos! El momento es absolutamente emocionante despidiéndonos de quién sabe quién, pero sintiendo una alegría inmensa estando ahí, apoyada en una barandilla, sonriendo idiotizada mientras intentaba no llorar porque este viaje llega a mi vida en medio de un momento de desapego…
Mi camarote era el 326, y aunque uno se imagina una habitación muy pequeñita, lo cierto es que se trata de un espacio amplio, acogedor y con una vista impresionante… La cama es mullida, suavecita, el baño comodísimo y con agua caliente y sobre mi cama había dos conejitos elaborados con un par de toallas de mano hechos por el camarero de mi habitación, Ronnie, de India, quien todos los días fue muy sonriente y amable conmigo.
La gastronomía es uno de los fuertes del barco: hay 22 restaurantes distintos, ocho de ellos de especialidades, que sirven cada día nada menos que 200 propuestas diferentes. Hay sitio para los amantes del sushi, para los ‘healthies’ (todos los menús marcan los alérgenos y distinguen los platos para vegetarianos) y para los amantes de la cocina de autor, con el restaurante italiano de Giovanni’s o el The Mason Jar, un lugar muy high para tomar el brunch y probar la mejor in a single day oats (avena trasnochada) del mundo, con clásicos de comida nation y platos típicos de Nueva Orleans. Por no hablar de los 15 bares en los que puedes tomarte un cóctel, además de jugos, batidos, vinos o cervezas.
¿Y el Web? La conexión es perfecta. Pude estar conectada todo el tiempo a redes sociales, hice videollamadas con mis hijos y me funcionó perfecto la crimson para hacer reuniones y hasta un par de ‘en vivo’ en las redes de @alodigital.
Vitality at Sea Spa y Health Heart es la zona que más me encantó. Hay un gimnasio tamaño XXL con clases, asesores que te diseñan un programa a medida, y una pista de atletismo que da la vuelta al barco: un giro completo son 0,6696 kilómetros. Los ‘runners’ pueden finalizar su corrida con deliciosos batidos preparados,al instante.
Boardwalk, es uno de los espacios más festivos del barco. Hay un tiovivo, restaurantes de ‘scorching canine’ y hamburguesas, el Starbucks, el Aquatheatre (un teatro exterior con piscina y fuentes) y luego de comer algo: pizza, malteada, papas fritas y café, elijo una sesión de jacuzzi y broncearme en el solárium, allí puedes disfrutar de una copa sin prisa y los amantes del golf podrán ensayar su swing en Marvel Dunes, un minigolf con decoración marina donde los límites entre lo terrenal y el mar se unen.
¿Y el mareo? La verdad es que la segunda noche se me bajó la tensión por el movimiento, pero con pastillas, mucha agua y poniendo en práctica os consejos de las abuelas, logré estabilizarme y acostumbrarme al vaivén, el resto de días. No fue tan grave como pensaba.
El lugar más exclusivo
El Marvel of the Seas cuenta con un espacio único, denominado Suite Neighbourhood. Situado en lo alto del barco, allí se encuentran las suites, los camarotes más lujosos, que además de un increíble inside cuentan con experiencias y servicios exclusivos como un restaurante de cinco estrellas y una terraza solárium privada. Allí trabaja un concierge bogotano, Jorge, quien me mostró este selecto espacio, en primicia.
Y así, haciendo paradas estratégicas en Haití, SanJuan de Puerto Rico, en Bahamas y en la isla Coco Cay, disfruté de unos días maravillosos y hubo dos cosas que me quedaron claras en este crucero. Primero: aquí viviré mis próximas vacaciones junto a mi familia. Segundo: soy mucho más feliz ahora, que cuando me embarqué en el Marvel of the Seas. Y, aunque sea solo por eso, valió la pena.
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” Fuentes www.alo.co ”