Cuando doña Carmen abre el álbum de viajes no aparecen solo fotos: hay recuerdos de amigas que ya no están, bocados de gambas en la orilla del Mediterráneo y, sobre todo, la sensación de que esos viajes le devolvieron la confianza en el mundo. Durante décadas, el programa del IMSERSO ha sido para muchos mayores la llave que les permitió seguir viajando pese a jubilaciones modestas. Hoy, sin embargo, ese relato de ocio accesible vive un momento de tensión que pone en jaque su futuro y la percepción de quienes sienten que, tras toda una vida cotizando, ahora quedan desprotegidos.
Un sistema imprescindible a prueba de dificultades
El IMSERSO nació como respuesta social a la necesidad de garantizar que las personas mayores tuvieran acceso a viajes organizados con precios subvencionados, combinando ocio, ocio activo y convivencia. Para destinos de interior y costa, el programa ha sido un salvavidas económico: hoteles en temporada baja llenan habitaciones, municipios recuperan actividad y cientos de miles de viajeros disfrutan de estancias que, de otro modo, serían inasequibles.
Pero como ocurre con muchas políticas públicas en tiempos de cambios económicos, lo que funciona necesita revisiones. Recortes presupuestarios, el aumento generalizado de costes —desde la energía hasta el precio del transporte— y un mercado turístico transformado por la pandemia y la inflación han encendido las alarmas entre operadores, agencias y beneficiarios.
La polémica: cuando los números chocan con la experiencia
En los últimos meses han surgido voces de frustración. Operadores y agencias que gestionan los paquetes señalan que las condiciones de los concursos salen con márgenes reducidos y exigencias de servicio que, sobre el papel, son insostenibles con los precios adjudicados. Para muchos viajeros, la sensación es otra: que los recortes en calidad o en duración del viaje equivalen a una penalización para quienes han contribuido al sistema durante años.
Esta tensión genera una combinación poco saludable: por un lado, habrá operadores menos dispuestos a asumir las rutas menos rentables; por otro, destinos y hoteles podrían verse obligados a rebajar estándares o a priorizar temporadas más lucrativas. El resultado: menos oferta, menor calidad y una experiencia distinta para quienes depositan su confianza en el programa.
Más allá de la queja: lo que está en juego
No se trata solo de proteger un servicio. Está en juego un modelo de turismo que tiene efectos sociales y económicos. Para muchas localidades costeras, las plazas del IMSERSO suponen ocupación en meses tradicionalmente flojos; para los mayores, representan sociabilidad, salud mental y actividad física. El debilitamiento del programa podría aumentar la soledad y el aislamiento de colectivos vulnerables y dejar a municipios sin una parte relevante de su tejido económico.
Además, la discusión revela un dilema serio: ¿debe priorizarse la contención del gasto público a toda costa, o es preferible reconfigurar el programa para mantener la calidad y la equidad? La respuesta no es sencilla, y exige medidas conjuntas y creativas.
Hacia soluciones que concilien equidad y viabilidad
Si el objetivo es mantener el espíritu del IMSERSO —viajes accesibles, dignos y de calidad—, las alternativas pasan por diálogo y reformas inteligentes:
– Revisar los criterios de adjudicación: no solo precio, sino parámetros de calidad, sostenibilidad y trato al cliente. Contratos viables atraen operadores responsables.
– Actualizar la financiación: estudiar fórmulas que permitan ajustar las subvenciones a costes reales sin perder el carácter universal del programa.
– Diversificar la oferta: incorporar estancias más cortas o actividades de voluntariado y turismo intergeneracional que aumenten la participación juvenil y generen nuevos ingresos.
– Apostar por la formación y digitalización de agencias y destinos, mejorando eficiencia y experiencia del usuario.
– Transparencia y comunicación: explicar claramente a los usuarios los cambios, para que no se interpreten como un “castigo” sino como un proceso de adaptación.
Un llamado a la responsabilidad colectiva
Es comprensible que quienes han trabajado toda la vida sientan que se les penaliza cuando la experiencia de viaje empeora. Pero la respuesta no debería reducirse a la nostalgia ni a la confrontación. Mantener un programa como el del IMSERSO requiere que administraciones, empresas y sociedad civil actúen con responsabilidad: ajustando modelos económicos sin renunciar a la calidad, cuidando a los destinos y preservando el valor social del viaje.
El turismo para mayores es más que un mercado; es una herramienta de inclusión. Recuperar su fortaleza implica escuchar a doña Carmen y a quienes gestionan las excursiones, poner sobre la mesa cifras reales y soluciones creativas, y recordar que viajar, aún en la tercera edad, sigue siendo una forma de dignidad y de encuentro. Si conseguimos proteger eso, habremos hecho algo más que resolver una puja administrativa: habremos defendido el derecho a seguir descubriendo el mundo, aunque sea a paso más tranquilo.
” Sources www.preferente.com ”
