Es cierto que uno puede emprender viajes apasionantes sin alejarse más que unos cuantos kilómetros de su casa, pero las largas distancias siguen fascinándonos con su promesa de aventura, de vivencias y encuentros que ni siquiera podemos imaginar antes de partir. Las Jornadas IATI de los Grandes Viajes, que alcanzan su décima edición, celebran esas expediciones ambiciosas y a veces un poco locas de quienes van por el mundo «sin prisas» e incluso «sin fecha de vuelta». ¿El objetivo de la cita? «Pretendemos demostrar que los grandes viajes no son terreno exclusivo de nadie. Al contrario de lo que muchos piensan, para emprender viajes largos no hay que ser ni demasiado aventurero ni rico ni joven ni hablar idiomas», explican los organizadores. Tres vizcaínos que participarán como ponentes en la versión bilbaína del evento (este miércoles y el domingo, en Bilborock) nos cuentan aquí sus experiencias.
«En un solo día me pasó todo lo que puede salir mal»
Cuenta Asier que el impulso de viajar surgió en él durante la infancia, a través de «Julio Verne, el ‘National Geographic’, los reportajes de la segunda cadena…». Su primera iniciativa de cierto alcance fue «un viaje por Euskal Herria en bicicleta», pero en 2019 se animó a pedir una excedencia para marcharse mucho más lejos: «No quería estar, de viejecito, arrepintiéndome de no haberlo hecho», explica este informático de Ortuella. Tenía que ser, por supuesto, en bici: «No es tan rápida como el coche ni tan lenta como ir andando y tiene un rollo que te facilita conectar con la gente. Llegas a un sitio con tus alforjas, todo sudado, y siempre hay alguien que se te acerca».
Consultó los precios de los vuelos y comprobó que Hong Kong salía particularmente barato, porque era el momento álgido de las tensiones con China, así que lo eligió como punto de partida. ¿El plan? Llegar pedaleando desde Hong Kong hasta su casa en Ortuella. «Allí aparecí yo, en medio de las revueltas, y en un solo día me pasó todo lo que puede salir mal», sonríe. Se perdió por la ciudad, tuvo un accidente con un coche, perdió el saco de dormir y la esterilla, pinchó una rueda, rompió el eje delantero… «Acabé sentado en una acera, llorando, pensando que aquello me venía grande y que me quedaban 18.000 kilómetros por delante», relata. Aunque ya se había resignado a tomar un avión de vuelta, pasó a China para aprovechar el visado y entonces algo cambió en su cabeza. Empezó a disfrutar de una ruta que fue cualquier cosa menos recta: acabó recorriendo China, Vietnam, Laos, Camboya, Tailandia, Myanmar, India, Bangladés y Nepal.
¿El paisaje que más le impresionó? «Las puestas de sol en Myanmar, que es una gran llanura. Los vascos, siempre entre montañas, no estamos acostumbrados. Y también las caras de la gente de Myanmar, con la sonrisa puesta de serie». Le cuesta decidir qué fue lo más rico que comió («por ejemplo, una ensalada de mango y maíz que hacen en Tailandia»), pero tiene muy claro lo peor: «En Laos, estaba durmiendo debajo de una chabola y se acercaron unos niños, que se asustaban porque era el primer europeo con barba larga que veían. Me trajeron para cenar unos gusanos grandes como mi dedo índice y se quedaron todos mirando cómo me los comía: pude con uno nada más, y fue el sabor más asqueroso que he probado, pero a las siete de la mañana tenía de nuevo allí a los críos con los gusanos».
Lo mejor, como de costumbre, fue la gente. Desde pequeños nos enseñan a recelar de los extraños, pero los grandes viajes son a menudo un aprendizaje en sentido contrario: «Me he encontrado muy poca gente mala. Es cierto que tememos a lo desconocido: en India me decían que en Bangladés iba a estar fatal y en Bangladés me decían lo mismo de India», se ríe. Precisamente estaba allí, en India, cuando el coronavirus interrumpió su caprichoso acercamiento a Ortuella: acabó confinado en Rishikesh con dos vitorianos. «Estuvimos encerrados en un ‘hostel’, con un profesor de yoga y monos que nos robaban la comida». Un avión de repatriación lo trajo a España. ¿Qué conclusiones sacó de la experiencia? «Que dan igual tus planes, porque la vida tiene otros para ti. Y que esperas que, a tu vuelta, todo siga igual que cuando te fuiste, pero en realidad las cosas han cambiado y tú también».
«He aprendido que no necesito tantas cosas»
El viaje impone muchas veces sus propias reglas. Y el buen viajero es quien sabe sacarles partido en lugar de estrellarse contra ellas. En mayo de 2018, Mayella inició lo que iba a ser una vuelta al mundo junto a su pareja, desplazándose en transporte público siempre que fuese posible. Comenzaron por África (Kenia, Tanzania, Malaui, Zimbabue, Botsuana, Namibia, Sudáfrica…) y vivieron momentos inolvidables, no todos buenos: por ejemplo, Mayella se perdió bajando de una duna en el desierto de Sossusvlei, donde nadie oía sus gritos, pero finalmente logró encontrar el camino por la arena. «Nuestra idea era ir alternando tres meses en el hemisferio norte y tres meses en el hemisferio sur, buscando el buen tiempo», explica.
Y, de pronto, llegó el brusco cambio de planes: en Sudáfrica, la pareja decidió romper su relación. Ya no habría vuelta al mundo juntos, aunque los dos continuaron viajando, cada uno por su lado. Mayella, una interiorista de Maruri que trabaja como decoradora cinematográfica, voló hasta el sur de la India. «Al final, fue el país donde más tiempo estuve y me encantó. La gente dice que la amas o la odias, pero yo creo que más bien son las dos cosas a la vez, incluso en el mismo día: te ocurren cosas maravillosas y, poco después, te encuentras en medio de algún barullo insoportable. A mí me fue superbién: viajaba en autobuses públicos, también de noche, y comía en bares donde era la única mujer, pero nunca tuve ningún problema. No sé si sería por la actitud o por las canas». Recorrió Nepal, Myanmar, Tailandia (y aquí se impone un recuerdo para la picantísima ensalada de papaya: «Tres veces la probé y tres veces tuve que dejarla»), Laos, Vietnam, la provincia china de Yunnan, Malasia, Corea del Sur, Filipinas, Indonesia y Australia. Al llegar a este último país, donde iba a estar tres meses, ya sacó los billetes de avión para el regreso, y acabó aterrizando en Barcelona el 14 de marzo de 2020, primer día del confinamiento. Pasó de trotar por el mundo a enclaustrarse en su pueblo: «Me reconvertí en hortelana», comenta.
¿Algún consejo para quienes sueñan con emprender un viaje de este tipo? «Que dejen el miedo en casa, porque las cosas son más fáciles de lo que la gente cree. Tienes que tener la prudencia lógica, pero hay más gente buena que mala». Después de bucear en la Barrera de Coral, celebrar el Festival del Agua en Myanmar, viajar en autobús hasta la mole australiana de Uluru o convivir con una familia india de Dharamsala, ¿qué aprendizaje se trajo del ancho mundo? «Lo principal es saber vivir con menos: he estado un año y pico con una mochila, fuera de la vorágine del consumismo y el capitalismo, y he aprendido que no necesito tantas cosas y que las experiencias son lo que cuenta».
«Los mejores momentos de un viaje siempre están vinculados a personas locales»
Koldo hablará en las jornadas sobre los tres años que pasó en moto por África y Sudamérica, pero en realidad podría contar muchos otros viajes emocionantes: junto a su expareja, Gosia, superó retos como cruzar los Balcanes, atravesar Rusia entera y llegar hasta Bilbao o recorrer Senegal y Costa de Marfil, todo ello haciendo autostop. «En África nos paraban porque éramos blancos y decían que, por poco que tuviéramos, no habíamos ido allí a robarles», recuerda. Llevaban cuatro o cinco años preparando la gran expedición en moto cuando la relación se acabó, pero eso no les desanimó de partir juntos: sí, este profesor de Primaria bilbaíno inició el viaje con la que ya era su expareja, lo que nos recuerda que en este terreno nada es imposible, nada está escrito.
Juntos bajaron hasta Senegal y visitaron Mali y Togo, donde separaron sus caminos, y Koldo siguió después por Nigeria, Camerún, Congo, Namibia y Sudáfrica. «Los mejores momentos de un viaje siempre están vinculados a personas locales. En África parábamos a tomar un poco de agua, se nos acercaba gente y acababa llevándonos a su poblado para que nos quedáramos en su casa. Eso es una experiencia muy común. En Congo tuve un accidente y me quedé KO, pero me subieron a un camión, recogieron la moto y mis cosas y me llevaron a una clínica: en un país tan pobre, se habrían ganado un buen dinerito con mi moto, mi ropa y mi ordenador, pero no se llevaron nada», destaca. En algunas aldeas que visitaron, siguiendo las orientaciones de la población local, no habían visto ningún turista en más de 60 años: «Empezaban a gritar y venían hacia nosotros. Nos traían agua y nos tocaban los cascos, los brazos… Gosia, que es polaca y rubia, les lamaba mucho la atención».
Desde África saltó a Sudamérica, él en avión y la moto en barco, y la recorrió prácticamente entera. «Brasil es increíble. También son maravillosos pasos de los Andes como Piedras Negras o Aguas Negras, la sierra de Perú… Sudamérica es infinita y está llena de paisajes preciosos, no he visto más que una mínima parte». Y… ¿recuerdan eso de que nada está escrito? En Perú, Koldo conoció a Melody, con la que hizo la última parte de su viaje. Empezó la ruta con una expareja y lo terminó con una pareja nueva. «Ahora vive conmigo en Bilbao y tenemos una hija… y una furgoneta para viajar. Este verano haremos algo por Europa y empezaremos a ahorrar para Asia y Oceanía».
Presencial o en ‘streaming’
Las Jornadas IATI de los Grandes Viajes se celebran en Madrid, Barcelona y Bilbao, donde van ya por su tercera edición. Las diez conferencias se reparten en dos días. El miércoles 17 habrá un primer evento gratuito con dos charlas (es necesario contar con invitación, que puede conseguirse en la web jornadasIATIgrandesviajes.es). En cuanto a las ocho charlas del domingo 21, pueden seguirse de manera presencial (12,5 euros cada sesión de mañana o tarde, 25 todo el día) o por streaming (6 euros la sesión). Entradas y más información en la web.
” Fuentes www.elcorreo.com ”