En el año 235 a. C., fecha en la que se tiene registro del nacimiento del gran Escipión el Africano, estaba una tarde su padre, Publio Cornelio Escipión, asistiendo a una puesta en escena en el incipiente teatro de madera de la Roma antigua. Las obras de teatro, traducidas del griego al latín para el entendimiento de los romanos, eran frecuentadas por reducidos grupos que apreciaban este arte naciente, mientras que la enorme mayoría prefería decantarse por los Saltimbanquis, los mimos y por supuesto las luchas de gladiadores.
La tarde en que el Cónsul de Roma se disponía a disfrutar de una nueva puesta en escena, los promotores de los gladiadores y saltimbanquis, aprovecharon el gentío que se reunía en el improvisado teatro, para iniciar sus espectáculos en las proximidades haciendo tremenda alegoría y con ello atraer a la masa de gente menos gustosa de la cultura y captarlos hacia estas diversiones para un público menos letrado.
Y así, mientras el teatro se vaciaba poco a poco, en medio de las interpretaciones actorales, al Cónsul le avisan los esclavos que, en su casa, el momento ha llegado.
Acompañado de su hermano Cneo Publio, el Cónsul se fue abriendo paso entre la multitud, hasta llegar a su Domus, para atestiguar el nacimiento de quien años más tarde sería el legendario vencedor de Aníbal, el también legendario general Cartaginés.
Sirva el laudatio, al gran Escipión, para referir que ya desde las épocas de la antigua Roma, la plebe prefería por supuesto los espectáculos grotescos, ruidosos y menos cultos que el teatro y que los promotores de los mismos no hacían gala de ética alguna al utilizar cada vez que podía, la promoción de la obra culta, para robarles al público, si se puede decir así.
Y esta referencia que me permite hacer respetuosamente para mis ocho lectores, me lleva a pensar en el actual estado de cosas en donde la apología del delito está presente en los famosos narcos corridos, ahora en medio de discusiones que, como siempre, los políticos aprovechan; así como otras fuentes y versiones de espectáculos que divierten a la gran masa y en donde, como desde hace más de dos mil años se soslaya a la cultura.
Es decir, que no deberíamos asombrarnos, si ya es así desde la antigüedad y es lógico que siempre serán reducidos los grupos de quienes aprecian con mayor intensidad el arte y la cultura, que quienes se decantan por el escándalo. Pero lo que se antoja insospecchado es que se privilegia los narco-corridos, que la gente los exija y que hasta se incurra en la violencia si no se complace a quienes consumen este tipo de manifestación, que no se, si se puede denominar artístico.
No vendría mal que en la actualidad, en medio de la degradación social que vivimos y ante la zozobra que nos producen el crimen y la violencia, los gobiernos impulsaran y promovieran acciones estratégicas encaminadas a que nuestras juventudes, por una parte aprecien formas de arte más cultas, que enriquezcan su formación, y por otra que sin afectar a la libertad de expresión, se vayan desalentando estratégicamente las manifestaciones que hoy sin duda representan una alabanza a los delitos ya los delincuentes.
Los corridos que en una suerte de farfullo, idolatran a los narcotraficantes, así como algunos espectáculos grotescos con gran audiencia y que se promueven masivamente, son sin dudarlo una apología de nuestra incultura.
Hay gente, para todo, como en la antigua Roma, pero podríamos mejorarnos un poco.
Al Buen Entendedor…
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