En teoría, si nos atenemos a los principios de una república, los que mandan, son el pueblo; el pueblo decide democráticamente a través de la votación, a quienes habrán de conducirles, liderarles y llevarlos a una mejor calidad de vida.
En la antigua Roma, en la época de la República de Julio César, existían los Tribunos de la Plebe, que hacían contrapeso al muy poderoso Senado, ese en el que figuraban Cicerón, Catón, Craso y Pompeyo entre muchos otros. Si bien el Senado era poderoso y sus decisiones implicaban a toda Roma casi sin discusión, los Tribunos de la Plebe eran dignos representantes, que bien podían proponer reformas en beneficio del pueblo y bien que Julio César los supo usar cuando fue necesario, como cuando propuso su histórica Reforma Agraria con sus famosos ocho puntos.
Mucho se parece la República de Roma del Siglo I antes de Cristo, a nuestra política actual, con su corrupción, sus malas prácticas, los abusos de los senadores y la imposibilidad del pueblo de poder actuar.
Que bien nos vendría en la actualidad tener a unos tribunos de la plebe, que pudieran presentar iniciativas a ser votadas, y que pudieren contrarrestar la cantidad de barbaridades que vemos a diario proponer y ejecutar por los miembros del senado, de la cámara de diputados y de los congresos locales.
Incontables son ya, la cantidad de atropellos, decisiones sin sentido, sin razón y sobretodo sin sensibilidad hacia la población, por parte de los legisladores que a todas luces están en los cargos que ocupan para el logro de sus ambiciones personales; están ahí para usar el cargo como un peldaño para ascender al siguiente puesto por el que suspiran, están ahí para enriquecerse haciendo uso de la influencia que les provee el cargo; el tráfico de influencias es la norma, es el estándar y pocos serán los que no se beneficien o beneficien
a sus amigos, sus amantes, sus familias.
Pero por irónico que resulte, son esos, los que están en la política, los que están en el Congreso, los que disfrutan de los privilegios igual que en la antigua Roma hacían los optimates. Ellos, que se creen los que “mandan” y algunos mandan mucho, gozan de privilegios que les permiten prerrogativas, derechos y beneficios a los que no puede acceder el común de la población.
Esos, que no están ahí para servir sino para servirse, son irónicamente a los que tenemos que dirigirnos de cuando en cuando para solicitar audiencia, para suplicar a sus majestades, que tengan a bien legislar en beneficio del pueblo, que consideren la posibilidad de reunirse con los que generamos los empleos, los ingresos y los impuestos, los empresarios; que escuchen nuestras iniciativas y que recurriendo a la sensibilidad puedan entender que la república es de todos.
Irónico, absurdo, ilógico y de toda falta de cordura y respeto me parece, que los políticos te puedan cancelar una reunión previamente agendada, aludiendo a sus agendas, sus compromisos de última hora y por supuesto a sus investiduras que suponen de mayor rango que los de la plebe. Una cita es una cita, un acuerdo es un acuerdo y debe ser respetado; quien no lo hace, es poco ético, irresponsable y mal educado. Mi Agenda y mi tiempo son tan importantes como los de cualquier político, sin importar su rango.
Si los empresarios nos hiciéramos respetar, de los políticos en turno, quizá nuestros acuerdos con ellos, tendrían mayores alcances, mayores impactos y mejores resultados.
Algunos políticos van rompiendo el paradigma y logran un mayor respeto hacia los gobernados, pero somos estos últimos quienes debemos hacernos respetar por los primeros.
Pero aún con lo antes dicho, la política no cambia, sigue igual que en la antigua Roma, los senadores abusan y el pueblo obedece y sufre, lo que hace falta es un líder.
Hoy nos urgen líderes, ante la debacle y la decadencia de los gobiernos actuales, esta falacia de la cuarta transformación nos hace clamar con urgencia y vehemencia por un nuevo Julio César.
Los jóvenes deben reflexionar, sobre su compromiso con México…
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