Nápoles ( la nea polis) fundada por los griegos, es una ciudad de contrastes; histórica y cultural con una Catedral ecléctica, por decir lo menos; con hermosas y antiguas fachadas, tristemente plagadas de grafiti, con callejuelas intrincadas con algo de olor a cebolla frita en el popular barrio peatonal de Spaccanapoli, también conocido como decumano inferior, el centro histórico, que me recordó al barrio de La Boca en Buenos Aires, donde el fútbol y Maradona, tristemente, son una religión; en Spaccanapoli ocurre algo similar con el culto al Nápoles e
irónicamente también al pelusa para mí desagrado. Pero me he distraído de mi relato, para reiterar a mis ocho lectores que ésta es una ciudad de contrastes. Tiene Napoli también hermosas vistas al mar; desde nuestro hotel y desde el paseo marino se podían vislumbrar, aunque a lo lejos, el Vesubio, la Isla de Capri y lo que se antojaba a la distancia como la costa Amalfitana.
A la mañana siguiente del arribo en Nápoles partimos con destino a Sorrento pero con una importante parada intermedia en Pompeya, esta antigua ciudad romana que fue sepultada por las cenizas incandescentes del Vesubio entre agosto y octubre del año 79 de nuestra era.
Por esas épocas los habitantes de Pompeya no sabían que el Vesubio era un volcán, de hecho, le llamaban el Monte Vesubio.
Entre el 71 y el 73 a.C., se dio la famosa rebelión de Espartaco, un Tracio que lideró y guio a unos 70 gladiadores que eran esclavos en la escuela de gladiadores de Capua (próxima a Nápoles) para huir y luego enfrentarse a las Legiones Romanas con gran valor y algo de estrategia militar diseñada por Espartaco, producto de sus lecturas en los papiros antiguos, sobre las andanzas de Aníbal.
Espartaco y sus huestes que pasaron de ser solo 70 a decenas y luego miles, se refugiaron en su huida, en el Monte Vesubio desde donde libraron épicas batallas con las legiones.
En medio del fragor, en alguna noche Espartaco escuchó y sintió temblar a la tierra, puso la oreja en el piso para sentir aquel movimiento y sentir miedo por aquella montaña que parecía rugir y que hiciera erupción un siglo y medio después. Interesante la visita de Pompeya porque permite atestiguar de manera muy evidente algunas de las formas y costumbres de los romanos de entonces.
Destacan en especial las ruinas de la que, los arqueólogos llaman la Casa del Menandro y no es que el gran comediógrafo griego, anterior a Plauto, haya habitado allí, sino que se puede apreciar en una de las paredes del que fuera el comedor principal de la casa, los restos de una pintura con la figura del gran autor de teatro, de lo que se deduce que el pater familias de aquella Domus, era un aficionado al teatro.
No he de abundar más en Pompeya, so pena de aburrir a mis ya de por si escasos lectores, para decir que continuamos el trayecto desde la historia hasta la mundana, cautivante y bulliciosa Sorrento, emblemática puerta de entrada a la Costa Amalfitana.
Imposible sustraerse a colocar Torna Surriento en el móvil para deleitarse con Pavarotti, cosas que uno hace cuando viaja.
Las vistas del golfo de Sorrento te atrapan inevitablemente, como su gente y su bullicio.
Pero me llevé a Alice de escapada a Amalfi en barco, para apenas llegar ir a conocer Atrani, el piu piccolo pueblo de Italia con solo 800 habitantes. Caminamos por la sinuosa carretera, sin banquetas, arriesgando un poco la vida, aunque no éramos los únicos, para bajo el rayo del sol ir llegando paso a paso y con cuidado de los automóviles, al pequeñísimo pueblo de Atrani. Poco que ver, un poco decepcionante, pero bueno, había que ir. Lo reconfortante es que, justo a 300 pasos de Atrani está Amalfi un hermosísimo rincón de la costa en donde abundan las referencias al Limoncello, las compras, los souvenirs y por supuesto los Gelatos de Limone que son la delicia y atracción de propios y extraños.
Pasta y Pesce hicieron los honores para volver por la tarde en barco a Sorrento admirando la costa lentamente y encontrarnos por la noche con Pablo y Toñi en nuestra Villa ubicada en lo alto de la montaña y desde donde teníamos una inolvidable y mágica vista del hermoso golfo de Sorrento.
Regresamos a Nápoles en Ferry.
Pasada la noche en esta urbe, llegó el afortunado día de embarcarnos en el hermoso y confortable Voyager de Variety Cruises. Luego de una simpática cena de bienvenida y de conocer al Capitán griego, Orpheas Mouzakis iniciamos la navegación con destino Capri.
El deleite visual en esta isla y en su vecina de montaña Anacapri, fue amplio en todos sentidos; paisajes, fachadas, hotelitos de revista, vistas al mar y por supuesto recreación contemplativa por la anatomía para ambos sexos. Lo retador fueron los ríos de turistas, el inclemente calor del verano y el mal humor de algunos italianos, pero bueno así es el verano.
De Capri seguiría Lipari, mágica isla para empezar a adentrarnos, luego de navegar toda la noche, en el cautivante mundo de Sicilia.
Lípari es la isla más grande y paralelamente la más poblada. Capital de las Eolias, acrópolis amurallada, presidida por la catedral con una ensenada a cada lado, la Marina Corta y la Marina Lunga.
4000 años a.C. los hombres del neolítico poblaron Lípari atraídos por las canteras de obsidiana que permitían las lanzas y construir buriles antes de que los metales hicieran aparición. Posteriormente, los griegos provenientes de Rodas se asentaron en la isla hacia el 580 a.C fundando Lipara y amurallando la ciudad. (Lipari en italiano, Lipara en Griego)
En 1544 los turcos comandados por Barbarroja arrasaron Lípari, siendo reconstruida con su actual vasto mural defensivo por los españoles.
Luego de un largo y caluroso día en Lipari con la primera comida siciliana, en la Cueva del Pirata o algo así, partimos para navegar con destino Taormina, mágico punto de la costa oriental de Sicilia fundado por los griegos, en donde destaca de manera especial el Teatro Antico, hermoso y mágico recinto construido en la ladera de la montaña con una impresionante vista de toda la costa.
Taormina es un cautivante pequeño mundo de calles peatonales, fachadas de encanto, boutiques y buena gastronomía. Ahí pudimos disfrutar en la Trattoria de Nino de un Tagliatele con Trufa negra seguido de un estupendo pez espada en salsa siciliana con grandes aceitunas, y terminar la experiencia para sorpresa de Alice con exquisito y cautivante Cannolo Siciliano con pistaccio, sublime.
Taormina es sin duda, una de las grandes joyas de Sicilia.
A Taormina le siguió Siracusa, ciudad que me quiero reservar para la próxima entrega al tratarse de una de mis principales motivaciones de este viaje, por ser ese, el punto desde que el Gran Publio Cornelio Escipión iniciara su invasión a África.
Siracusa es también el lugar de nacimiento de Arquímedes.
Así que, os pido paciencia para una nueva entrega.
Ciao.
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