Hemos hablado de paisajes favoritos e impresionantes, pero debemos tocar también el tema de los viajes que hacen posible deleitarse con estas celestiales bellezas.
Viajar, señaló George Santayana en su ensayo “La filosofía del viajero”, es la característica que separa a los animales de los demás seres vivos. Las plantas, escribió, están atadas al suelo y no pueden desplazarse: “las raíces de los vegetales (que dice Aristóteles son sus bocas) los sujetan ineluctablemente al suelo, y así quedan condenados, como sanguijuelas, a chupar cualquier sustento que fluya hasta el preciso lugar en que están inmóviles”.
Añadió: “En el mejor de los casos, su semilla es llevada por el viento a ese otro lugar mejor, o por un insecto ocupado en sus propios quehaceres. Las plantas únicamente emigran muriendo en un lugar y arraigando en otro”.
Sin embargo, habría que puntualizar que la emigración es la forma más radical y dramática de viajar porque se busca la supervivencia, como se constata en los millones de migrantes forzados a salir de sus países en infernales condiciones, o los exiliados que deben abandonar inevitablemente su tierra.
Podemos distinguir también entre viajero y turista, como hizo Paul Bowles, en su novela “El Cielo Protector”. El turista es un coleccionista de sensaciones que regresa para mostrar sus fotos y souvenirs. El viajero, en cambio, es aquel que no teme perder su identidad y nunca regresa igual a como se fue. Relatos de viajeros esforzados hay muchos, pero destacan Ulises y El Quijote.
Otro posible viaje es al inside de uno mismo, pero en ocasiones nos asusta el vacío que encontramos y por eso buscamos intoxicarnos con el paisaje exterior. Marcel Proust mencionó: “El verdadero viaje de descubrimiento no consiste en buscar nuevos paisajes, sino en tener nuevos ojos”.
¿Sé viajar?
” Fuentes www.noroeste.com.mx ”