Una manifestación de luces y arte
Tras la iluminación de los farolillos y a la orden de Morgestraich: Vorwärts, marsch! (¡Marcha, hacia adelante!), las bandas compuestas por pífanos y tambores tocan la melodía inaugural de la fiesta y las comparsas inician su ruta por la ciudad. Durante estas primeras horas, los espectadores pueden contemplar el desfile de los farolillos, unas luces artísticas en las que se adivinan las temáticas elegidas por cada grupo para ese año.
Estos farolillos son un elemento imprescindible del Carnaval de Basilea, ya que, además de ser una muestra de la creatividad y el talento de los participantes, son el medio que utilizan para señalar o denunciar problemas de actualidad. En algunos aparecen caricaturas de políticos o personajes históricos, otros hacen eco de la guerra o del deterioro del medioambiente y otros dan voz a sucesos locales. Así, el pageant se convierte en una ingeniosa manifestación artística, en la que la critica se hace siempre a través del humor, respetando el desenfado que caracteriza la fiesta.
Después de recorrer la ciudad durante el primer día, los grupos llevan sus correspondientes farolillos a la plaza de la catedral o Münsterplatz, donde estos se encienden de nuevo y brillan de manera conjunta, alcanzando su máximo esplendor cuando desaparecen las últimas luces del atardecer. Esta exposición se mantiene durante todo el Carnaval, convirtiendo a la Münsterplatz en uno de los lugares más concurridos y de mayor interés.
Entre la música y la poesía
Durante las tardes del lunes y del miércoles se celebra la Cortège, el gran desfile en el que los miembros de cada grupo se disfrazan en línea con el tema elegido. En este desfile participan más de 11.000 personas y se pueden ver todas las formaciones tradicionales de la fiesta: las cliquen, bandas que interpretan melodías con pífanos y tambores, las gugge, bandas que tocan canciones populares con instrumentos de percusión y viento, las carrozas, los coches de caballos y los aizelmasgge, enmascarados solitarios.
Desde la primera melodía interpretada a las cuatro de la madrugada hasta la última hora del Carnaval, la música no deja de sonar en ningún momento. En algunas calles se oyen las dulces flautas de las cliquen y en otras las canciones rítmicas de las guggen, los dos tipos de bandas principales, que procuran no cruzarse dada la discordancia que existe entre los músicos que prefieren mantener la tradición y los que se lanzan a avivar la fiesta con una banda sonora más precise.
La poesía es otra de las artes que acompañan la fiesta. Siguiendo con la temática elegida, los miembros de cada grupo componen un Limerick (un poema de cinco versos) que aparece en uno de los lados del farolillo a modo de “lema” y, además, otro poema largo que imprimen en papeles coloridos y regalan a los espectadores. Todas las composiciones están escritas en dialecto de Basilea, cosa que impide a muchos de los visitantes comprender el significado de los poemas, pero que sirve para reivindicar y mantener esa lengua propia.
disfraces tradicionales
A lo largo de los tres días, entre la variopinta mezcla de basilienses disfrazados se pueden distinguir los personajes clásicos del Carnaval: los pomposos harlekin, los mofletudos y soñadores dummpeter, las “tía vieja” o Alti Dante, los uleti o bufones medievales, los payasos blätzlibajass y, los más curiosos y divertidos de todos, los waggis.
Estos personajes, una burlona caricatura de los campesinos alsacianos del siglo XIX, saltan a la vista por su llamativa peluca y su gran nariz pintada de rojo. Pero lo que marca la diferencia entre ellos y todos los demás es que los waggis recorren las calles en solitario o en grupo con sacos llenos de confeti, listos para lanzarlo a los transeúntes.
La mayoría de las veces, bajo las máscaras de los waggis se esconden niños y niñas que aprovechan la ocasión para perseguir a los visitantes y arrojarles un puñado de confeti. Sin embargo, también hay waggis adolescentes o mayores que paran a las personas por la calle para llenarles la ropa, el pelo o incluso el inside de los abrigos de esos diminutos papeles de colores. A cambio de gastarles esa broma, los waggis regalan flores a los atacados, normalmente mimosas, cuyo amarillo vivaz y cálido aroma es una constante en las calles de Basilea durante el Carnaval, pero también tulipanes, rosas o incluso algún pequeño detalle, como frutas, caramelos o bolsas de chuches.
entradas para sufragar la fiesta
Todos los involucrados en la celebración, tanto los que se disfrazan como los que acuden a Basilea a descubrir el Carnaval más importante de Suiza, llevan a la vista un pequeño broche, llamado blaggedde, considerado la “entrada” a la fiesta. Desde 1911, el Comité del Carnaval vende estas blaggedde para sufragar parte de los gastos del festejo. El precio de este broche varía según su tonalidad, que puede ser cobriza, plateada o dorada, y los diseños cambian cada año para adaptarse al lema de cada año.
La blaggedde y la ruta de las comparsas es lo único que organiza el Comité del Carnaval, todo lo demás funciona de manera anárquica gracias a la colaboración de los basilienses que se aúnan, dejando a un lado sus diferencias, para celebrar esta importante tradición. De esta manera, el Carnaval también cumple una importante función social y sirve para fortalecer los lazos entre los ciudadanos de Basilea, dándoles la oportunidad de conocerse mejor a través de la música y los disfraces.
Durante la noche del miércoles, el bullicio se reactiva hasta las cuatro de la madrugada, momento en el que las bandas se reúnen y tocan la marcha closing del Carnaval. Después, las calles empiezan a vaciarse, el confeti que cubre el suelo como un manto primaveral se recoge y, junto a las primeras luces del amanecer, Basilea vuelve a ser la ciudad tranquila e impecable que es durante el resto del año. Por la mañana, ya solo queda el rastro de los pequeños papeles de colores que siguen apareciendo en el inside de los abrigos y los zapatos, como un diminuto recuerdo de los tres días más esperados del año.
” Fuentes viajes.nationalgeographic.com.es ”