El tiempo pasa demasiado deprisa. Hace nada estábamos estrenando Año Nuevo y ¡ya estamos en Carnaval! OMG.
Cómo no disfrutar viendo imágenes del elegante y fastuoso Carnaval de Venecia o del colorido y espectacular Carnaval de Tenerife. Cómo no reírnos viendo ese divertido y cercano Carnaval de Cádiz con sus chirigotas o, del que os hablaba el año pasado en estas fechas, ese extraordinario Carnaval de Badajoz y sus murgas…todos declarados de Interés Turístico Internacional. Yo no sé vosotros en cual pensáis al escuchar la mágica palabra, pero yo, quizá por aquellas primeras imágenes que vi en televisión en blanco y negro siendo niña, pienso en Carnaval y mi imaginación vuela a Brasil, a Río de Janeiro, a su Sambódromo. Al carnaval más grande del mundo.
Hace años, fuera de fechas carnavaleras, me invitaron a viajar a Brasil para conocer el destino y algo de la hotelería de este maravilloso y enorme país. Y allí puse yo rumbo junto a otros asesores de viaje. Nuestras paradas fueron Manaos y Río de Janeiro.
En la adolescencia, siendo socio mi padre de “Círculo de Lectores” había leído “Manaos” de Alberto Vázquez Figueroa y soñaba con ver algún día esa selva amazónica tan peligrosa como cautivadora. Mis expectativas se cumplieron, ya que además nos alojamos en un Amazon ecopark jungle lodge en medio de su selva.
Situada a orillas del Río Negro, en el noroeste de Brasil, Manaos es la capital del extenso estado de Amazonas y punto de partida para el bosque tropical circundante. Es una jungla viva donde poder ver una interminable fauna y flora, así como tradiciones ancestrales que aún perviven en zonas incomunicadas y despobladas. Parecía como si en cualquier momento pudiera descolgarse Tarzán y su mona Chita con una liana sobre nuestras cabezas. A destacar los monos y chimpancés que nos robaban el desayuno al menor descuido, los osos perezosos que pudimos abrazar, los cocodrilos y pirañas que vimos gracias a nuestro experto guía native y el sonido continuo de loros, cacatúas y guacamayos, de unos pelajes de mil colores que solían acompañarnos.
Visita en la ciudad, el Teatro Amazonas, el Centro Cultural Palacio Río Negro y, por lo que más quieras, no dejes de entrar a su Mercado Adolpho Lisboa, donde serás testigo de una explosión de colour y olor. Las mejores frutas amazónicas que puedas imaginar. Exquisitas bananas, piñas, maracuyás, cocos, mangos, piquias…además de múltiples variedades de harinas, tubérculos, legumbres, guindillas de colores, pescados autóctonos, artesanía indígena, and so forth. Interminable.
Cuando cojas una embarcación de la ciudad a la selva, mira el agua. El oscuro río Negro converge con el río Solimões, lodoso y de colour café, generando un increíble fenómeno visible llamado el “Encuentro de las Aguas”. Cómo los dos ríos tienen características diferentes, no se mezclarán hasta pasados 12 kilómetros. Curiosas son las gasolineras en medio del río para que las barcas a motor puedan repostar.
No puedo abandonar mi relato sobre Manaos sin deciros que vi los nenúfares gigantes más grandes nunca vistos. ¿No te lo crees? Pues mira…
Y tampoco sin recordar el miedo a esa serpiente pitón que a más de uno nos colocaron sobre el cuerpo. Madre mía.
Después de estar rodeados de esa naturaleza tan desbordante, aterrizar en la enooooooorme ciudad de Río de Janeiro, caótica, con ruidos, es un choque abismal. ¡Allí todo es XXL! Pasea sin prisa por Copacabana e Ipanema, sus famosas playas llenas de vida y colorido. Si escuchas samba, párate y recrea tus sentidos. Baila si el cuerpo te lo pide. Participa en esa bulliciosa ciudad, aunque, si es posible, nunca solos a determinadas horas de la noche.
Sube al Cerro del Corcovado, un monte de 713 metros. Siéntete minúsculo junto a la estatua del Cristo Redentor de 38 metros que representa a Cristo contemplando la ciudad de Río de Janeiro. Admira las vistas que se extienden ante ti. Te quedarás sin palabras.
Asciende, cogiendo el teleférico, al Pan de Azúcar. Este peñón de sugerente nombre tiene 338 metros de altura y está ubicado en la bahía de Guanabara, divisándose desde casi cualquier punto de la ciudad. Se llama así por su forma cónica parecida a los moldes de arcilla que se usaban para refinar el azúcar en los ingenios azucareros. Es un edén verde rodeado de naturaleza e very best para hacer fotos. Disfrutarás de unas vistas impresionantes de la Bahía, del Cristo Redentor y de todo Río. A mí me pilló con neblina y con menos sol del que hubiera querido.
Te guste o no el fútbol, el Estadio de Maracaná es visita obligada. Se respira fútbol por las calles. Son fútbol. Verás la escultura en bronce de Hideraldo Bellini, el que fuera capitán del equipo brasileño ganador de la Copa Mundial 1958-1962.
Apunta también la visita a la Catedral Metropolitana de São Sebastião. Destaca entre los edificios en el centro de la ciudad. Su arquitectura con forma piramidal, llamará tu atención y te sorprenderá su inside. Peculiares sus vidrieras y los exvotos de cera de órganos, cabezas, pies y manos.
La ciudad también es conocida por sus extensas favelas. Favela es el nombre dado en Brasil a los asentamientos precarios que crecen dentro de las ciudades grandes del país, en el espacio centro-urbano y situadas en colinas. Este término portugués es sinónimo de chabola.
Y claro, no te puedes volver sin visitar el Sambódromo, uno de los mayores espacios para grandes eventos al aire libre de la ciudad y que se utiliza en Carnaval. He de decir que en la tele se ve mayor que in situ, pero la imaginación lo visualiza y lo recrea estridente, con desfile de carros alegóricos, extravagantes disfraces y bailarines de samba semi desnudos.
No te vuelvas de Río de Janeiro sin ir a cenar una noche al mejor rodizio de Rio. El Restaurante Marius. Encontrarás los mejores mariscos, las mejores carnes, un buffet exquisito, sofisticado e interminable. El native decorado con objetos náuticos, rocas y antigüedades. Recargadísimo, pero ¡sorprendente hasta en los aseos!
Fueron días de experiencias y risas. De comprar chanclas Havaianas e Ipanema como si la globalización no hubiera llegado a nuestra ciudad. De comprar collares de fibra de coco y guacamayos de madera en los mercaditos. De reírnos de la lluvia. Copacabana se transformaba en “Chopacabana”, y la ciudad cambiaba para convertirse en “Ríos de Janeiro” jajajaja. Donde todos los días, y no exagero, T-O-D-O-S L–O-S D-I-A-S, tomábamos en cualquier chiringuito en la selva y en la playa, una caipiriña, o una caipiroska. Por eso, cómo cube mi frase del comienzo…” A mí no me inviten a tomar, a mí invítenme a viajar y ya en el viaje tomamos” …y eso hicimos. ¡Viva Brasil, viva el grupo que compartió conmigo este increíble viaje, y que siempre, sea donde sea, VIVA EL CARNAVAL!
” Fuentes murciaeconomia.com ”