‘Nosotros’, la novela ganadora del Premio Nadal, explora en la intimidad femenina, en la naturaleza totalitaria del deseo y en la marca del consumismo sobre el amor en el mundo contemporáneo
Nosotros, la novela de Manuel Vilas que ganó el Premio Nadal 2023 (ya en las librerías, editada por Destino), tiene dos giros radicales. El primero es un vuelco en la trama, más o menos evidente para cualquier lector: Nosotros empieza como un bolero dulcísimo pero deriva en un momento concreto en historia de fantasmas. El segundo giro es más complejo y paulatino: Vilas, al principio, escribe a favor del amor. Pero, al cabo de 360 páginas, la sensación que queda es la contraria, es que Nosotros va contra el amor. O, al menos, contra lo que el amor tiene de ensoñación, de tiranía, de indiferencia al mundo.
«Bueno: Nosotros es un canto a la identidad private más allá del amor», explica Vilas. «La protagonista es una mujer enamorada de un hombre que, al last de su vida, ve que esos otros en los que ha querido construirse se desvanecen, que a la muerte vamos a ir todos solos. Esa es la aventura de cualquier ser humano. Todos nosotros nacemos como un yo que, cuando crecemos, se convierte en un problema que sólo podremos resolver en la forma de un nosotros… Pero, al last de la vida, en la enfermedad y en la muerte, dejamos de vivir en el nosotros y volvemos a estar solos. Entonces, hay que descubrir el amor a uno mismo como una fuente de placer. La novela es también la exploración de la relación entre amor y placer».
Ya volveremos con lo del placer. Nosotros, que toma su título de la canción de Los Panchos, es la historia de Irene, mujer de buena educación y economía holgada, viuda reciente de Marce, el hombre con el que ha vivido 20 años de enamoramiento absoluto. Nunca dejaron Marce e Irene de vivir en el mundo de los amantes novísimos, aquel en el que la vulgaridad no existe, en el que da igual pagar cuentas descabelladas en los restaurantes o perder los amigos, porque ¿quién necesita ahorros y amigos cuando se enamora? ¿Qué más da la fealdad del mundo?
Hasta que llega la enfermedad. Marce muere e Irene, para aliviar su duelo, se va en tren a Málaga, se instala en una habitación con vistas al mar, toma un amante y, siente que, en el momento del orgasmo, ese hombre se convierte en el espíritu de Marce. Inspirada por esa revelación, Irene alquila un descapotable, recorre el Mediterráneo, desde Andalucía hasta Niza, busca los mejores hoteles, los mejores amantes y los mejores placeres y se comunica con su amor a través de ellos.
«La palabra placer es un tabú, todavía nos despierta recelos. La gente elige hablar de ‘me gusta’, antes que del placer», cube Vilas. Claro: porque el placer siempre es esquivo y efímero y acaba por ser una fuente de dolor, ¿no? «En parte, sí y, en parte, porque está demasiado en el centro de nuestra existencia. La vida humana está regida por la búsqueda del placer».
Su Irene es una idealista del placer que determine vivir exclusivamente en él, en el más refinado pero también en el más brutal. Para Irene, el gozo y el dolor son habitaciones contiguas que miran al mismo mar y se comunican por una puerta secreta. Vive en un mundo de suites y viajes en primera, pero también se regocija en el recuerdo de la agonía de Marce, en los días en los que le limpió los vómitos y los pañales. «Pensemos en un amor perfecto: 20 años sin pérdida de alegría ni de erotismo…Si lo llevamos al límite, tendríamos que convertir la agonía en algo erótico. Si él escupe sangre, ella venera la sangre, determine tener una relación sensual con la sangre, con su su decrepitud. Es una concept poética: te amaré hasta en tu destrucción. Obviamente, en la vida actual no somos capaces de llevar nuestro amor hasta ese punto: La gente, si puede, contrata a alguien. Pero sí que sentimos todos que limpiar a un padre enfermo es una experiencia que nos dignifica».
¿Y los fantasmas? «El fantasma es la experiencia. Cumplimos años, vemos morir a gente a la que queremos y convivimos con sus fantasmas. Yo sigo hablando con mi padre y mi madre». Y, del mismo modo, al hacer el amor, los amantes dialogan secretamente con los enamorados que han perdido, como le ocurre a Irene. «Claro que un amante recuerda a sus anteriores amantes. No lo dirá, claro, y la persona con la que se acueste, que se sentirá igual, tampoco lo hará. Pero para eso tenemos las novelas, para decir lo que es indecible
Vilas explica que su Irene viene de Una mujer bajo la influencia, de Amor a quemarropa, de Fellini y del trío clásico del XIX: Bovary, Karenina, Ana Ozores. ¿Qué amplía o refuta de esa tradición? «Irene trae las marcas de lujo: el reloj Cartier, el BMW, el Alfa Romeo, el Maseratti… Irene es el amor bajo el capitalismo del siglo XXI, igual que Bovary period la versión del XIX. Shakira lo ha visto muy bien; son las marcas las que expresan como vivimos el amor en el consumismo. Irene se acuesta con alguien y mira el reloj que lleva, adivina su precio. Me gusta retratar esa realidad, no enjuiciarla, porque tenemos una relación muy hipócrita con el capitalismo. Lo criticamos en público y disfrutamos de sus placeres en privado».
«Mi reto», termina Vilas, «period crear la intimidad de una mujer. El deseo, por ejemplo… He preguntado mucho pero siempre hay zonas que no se verbalizan bien. Por otra parte, sé que bajo el capitalismo, hombres y mujeres somos casi lo mismo. El consumismo nos iguala si tenemos tarjeta de crédito. No sé si he logrado esa intimidad pero ha merecido la pena. Si no lo logré, habrá sido una bella derrota».
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