Como siempre, el primero de enero de cada nuevo año, el Musikverein de Viena abre sus puertas con motivo del denominado Concierto de Año Nuevo cuyo repertorio a cargo de la Filarmónica de Viena, una de las formaciones de mayor prestigio en el mundo, pero también bastante misógina desde el comienzo de sus historia -hoy tan sólo cuenta con una veintena de mujeres en la prestigiosa formación, no sé qué pensarán las feministas más reivindicativas o de carné y subvención ya que sólo hablan cuando les interesa el asunto- es siempre el mismo. Pero eso no es lo importante. Es motivo festivo. Lo realmente valioso es poder ser testigo directo o por televisión del acontecimiento. Su retransmisión, que es un lujo de realización, reúne a millones de televidentes de todo el mundo ya que la sala apenas puede albergar unos miles de afortunados, económicamente hablando.
Como antes decía, aunque el repertorio es siempre el mismo y a lo que muchos acuden lo que les pone es hacer las palmas de rigor en la interpretación de la “Marcha Radetzky”, siempre al remaining después del mismo Strauss, el éxito está garantizado. Es lo que gusta a una sociedad de postureo o muy burguesa a la que nos sumamos desde la pequeña pantalla para después hablar durante la comida de año nuevo de sus resultados. El primer día del nuevo año todos nos convertimos en grandes críticos musicales, como entrenadores de fútbol somos también cada domingo.
En resumen: sólo cerca de 3000 personas pueden acceder en sí al evento, que habrán de comprar su entrada con antelación y hasta por sorteo. Los precios son inasumibles para muchos mortales y las agencias de viaje controlan el mercadeo. Según leo, “en algunas webs se venden entradas para diez tipos de localidades diferentes en función de la ubicación, y las más caras se pueden conseguir en 2023, por entre 3.125 y 2.450 euros. Antes de la pandemia las entradas más baratas oscilaban entre los 35 y 1200 euros para el Concierto de Año Nuevo, entre 25 y 860 euros para el Concierto de Noche Vieja (31.12, a las 19:30 horas) y entre 20 y 495 euros para el Ensayo General (30.12, a las 11:00 horas)”.
Así que existen entradas para ricos y pobres en este negocio que es más que un concierto de bienvenida al nuevo año. Nada de regalo europeo o mundial. En absoluto. Igual está subvencionado. Porque a las ventas de entradas de clase A/B y C y otros menesteres hay que añadir el gasto de desplazamiento y la recaudación por la retransmisión, que de barata nada. Y sumar la venta de las grabaciones y derechos artísticos o de emisión. Así mismo, todo lo que lo envuelve. En resumen, el denominado Concierto de Año Nuevo es un buen o gran negocio. Están en su derecho y hacen bien.
Y así hasta el próximo año mientras el merchandasing no para, el prestigio continúa en aumento y los intereses entre directores y “familias musicales” crecen sin freno. Vamos, lo de siempre. El pescado está vendido en ese mundo de intereses que rodea a todo negocio, sea musical o de albañilería y donde siempre están los mismos. Algo así como las televisiones nacionales y autonómicas, siempre manejadas por los mismos.
Pero ya puestos, si es negocio y sus resultados son objetivos nuestras orquestas oficiales, aquellas que pagamos porque son institucionales y formadas en su mayoría por funcionarios, están perdiendo una oportunidad económica, pero sobre todo social. No hablo de cultural porque eso de la Cultura es una mandanga que no se creen ni nuestros gobiernos. A los de aquí, mejor ni preguntar. Suelen estar de vacaciones o ausentes. Les va más la pandereta y la zambomba en su revival explicit.
Sin embargo, lo bien cierto es que esa celebración sirve para que muchas ciudades europeas, incluida las nuestras, dejen aflorar un buen número de agrupaciones sinfónicas semiprivadas pero formadas desde lo público que persiguen la estela con muy buenos resultados de asistencia. Todos quieren dar palmas.
Lo que me sorprende es que teniendo como tenemos en esta ciudad dos sinfónicas de alto nivel, financiadas desde lo público, pasen semanas sin ofrecer concierto alguno, cuando bien podrían compensar o animar a los aplausos. Dos sinfónicas a las que no se les saca todo el provecho ni ofrecen un gesto durante estos días. Sería una buena labor social y hasta un reclamo rentable darles algo de marcha.
Los conciertos de año nuevo se ha demostrado que son una buena agencia de recaudación y turístico y bien gestionados se convierten en un magnífico negocio.
Sólo que por aquí aún pensamos que lo público es un bien inalcanzable o privado de los gobiernos porque nadie ha pensado en buscar otros resultados que a buen seguro haría las delicias de unos aficionados que financian conciertos para unos, pero no para todos. Los que las mantienen.
Tantos días de vacaciones y pluses para dejar a far de paganinis sin la oportunidad, al menos, de dar unas merecidas palmas. Eso se llama labor social. No es tan difícil. Pero es mejor para muchos dejar de pensarlo y continuar viviendo de la easy inercia que se va conociendo con el tiempo desde el despacho y la ausencia de concepts.
” Fuentes news.google.com ”