Las calles de Doha no están hechas para los peatones. Innumerables barreras cortan las calzadas mientras un ejército de señores con chaleco van pidiendo que circules. Pero que circules por el lugar correcto, para que a nadie se le ocurra atrochar en un cruce.
Nadie se preocupa, sin embargo, de lo que le puede suceder a un triste peatón si trata de cruzar una avenida de seis carriles, de esas que marcan el acceso a un mundo diferente. Las que dividen la ciudad entre la supervivencia y un mundo mejor.
Dicen que la Avenida 9 de julio de Buenos Aires es la más ancha del mundo, pero puede que en Doha encuentres una parecida a cada paso. Esas avenidas ponen a prueba el estado físico de los peatones. No hay un semáforo ni un paso de cebra al que agarrarse y ya puedes estar ligero de piernas para cruzar antes de que aparezca la siguiente tanda de vehículos, que tampoco son muy amigos de ceder el paso. Ni a viandantes ni a otros conductores. Como si se tratara de un circuito urbano, porque quizá, la Fórmula Uno es lo único que le falta a Qatar por traer. Motos ya tienen y Mundiales ya llevan varios.
Seis carriles son los que separan a la mayoría de los mortales del Qatar que todo el mundo imagina cuando se piensa en este país. El del lujo, el de los mejores hoteles y los mejores restaurantes del de la mayoría de los habitantes. Lugares en los que es posible ver a más empleados que clientes. Como si el dinero fuera a ser un problema a estas alturas.
Como mejor opción, si hay suerte, puedes encontrar alguna pasarela que permita pasar de un lado a otro. Al lado bueno de la vida.
En el fondo, ¿quién necesita andar en un país en el que llenar el depósito puede costar 14 euros?
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