“Yo siempre fui muy viajero, siempre, siempre”, contesta rápido y sin pensárselo. Antes que cirujano, me atrevo a decir que Diego González Rivas se hizo ciudadano del mundo. Ha recorrido más de 140 países (en el mundo hay 193 + Ciudad de Vaticano y el Estado de Palestina) y ha operado en 126.
“Lo que he aprendido viajando es a ser mejor persona. Descubres que el mundo no es tu ciudad sino que es algo enorme“
Antes de la pandemia tenía que cambiar su pasaporte cada seis u ocho meses. En Corea del Norte estuvo a punto de no poder ingresar en el país porque el oficial de aduanas no encontraba un hueco libre en ninguna de las páginas. “Yo lo que he aprendido viajando es a ser mejor persona. Descubres que el mundo no es tu ciudad, tu comunidad autónoma o tu país, sino que el mundo es algo enorme”.
Desde muy joven empezó a viajar. Después se hizo surfista y eso le llevó a buscar las mejores olas por distintos países. En octubre de 2002 estaba en Bali cuando un coche bomba explotó en el centro turístico de la isla. Él se encontraba camino de ese lugar… se salvó por unos minutos. Además fue durante unos años el médico de la selección española de surf.
Cuando la cirugía y los viajes se fusionan
En sus comienzos como cirujano el trabajo period una cosa y los viajes otra, hasta que decidió que quería enseñar su Uniportal VATS (videocirugía mínimamente invasiva por una sola incisión) en hospitales del mundo. En ese momento, que ocurre entre los años 2010 y 2012, dos de sus pasiones, viajar y operar, se fusionan en una. Desde entonces su vida está llena de anécdotas en la que se intercalan lo profesional y lo private.
“En Mali se nos fue la luz tres veces durante una operación“
“En Mali se nos fue la luz tres veces durante una operación”. Y sin luz las cirugías que hace Diego González Rivas son imposibles. Hace falte electricidad para que funcione la cámara (laparoscopio) que introducen en el paciente a través de la que se ven sus órganos en una pantalla de video. “Imagínate operando un caso muy complejo cerca de la arteria pulmonar y tú estás desde fuera manejando un instrumental, se apaga completamente el quirófano. Estás a oscuras durante 3 o 4 minutos, es tremendamente peligroso. Genera un estrés total”.
Algo parecido le pasó en Gaza, aunque aquí la luz solo le falló en una ocasión. “Que sepas que cada equis tiempo -y no sabemos cada cuánto- se va la luz”, le dijeron. “Es que son cosas surrealistas”, apostilla.
Escoltado por cien soldados pakistaníes
“Un escolta con una metralleta estaba conmigo 24 horas al día“
En Pakistán, mientras operaba. había un soldado armado en el quirófano. “Un escolta con una metralleta estaba conmigo 24 horas al día. Estaba en mi hotel y dentro del propio quirófano cuando estábamos operando. Ese escolta estaba dentro del quirófano, en una esquina, porque había incluso riesgo de atentado”.
Aunque la mayoría de sus viajes son “relámpago”, aprovecha para conocer lugares que le interesen. En Pakistán quería ir al Khyber Go. Lo consiguió porque el padre del cirujano que le invitó para ir a operar a Islamabad period basic del ejército. “Para poder ir allí pusieron cien soldados y tres convoyes. Y llegué allí y me recibió un general; me hizo un acto de bienvenida.”
En países donde hay mucha tensión –asegura Diego González Rivas- hay que ir con cuidado, pero no por ello deja de visitarlos. “Me gusta la aventura y me gusta vivir la realidad de cada país. Pero sí que hay que ir con precaución, no puedes ser un kamikaze”.
Falta de medios, sobre todo en África
“Cuando hablamos de ir a operar con alta tecnología, con videocirugía a hospitales que no tienen nada, que nunca lo han visto, entonces es realmente complejo organizar todo para que no falle nada al llegar allí. Nos ha pasado alguna vez llegar a un país en el que hemos conseguido todo: la grapadora, las cámaras… y en el último minuto falta una tuerca para encajar la luz que entra en la cámara. Y por ese pequeño detalle tenemos que cancelar la operación y hacerla abierta”.
Si preguntas a este cirujano por los casos difíciles que ha tenido que operar y en los países donde lo ha hecho, la lista parece interminable. “Honduras, Nicaragua, Perú, Costa de Marfil, Yibuti, Senegal…” Nos cuenta que en estos países lo que ocurre es que se junta la falta de medios, la escasez de recursos con una serie de tumores complicados que otros compañeros no se atreven a operar. Y de pronto se acuerda de Burundi.
“Hicimos una operación que period casi imposible. Yo no sé ni cómo lo hicimos“
“Hicimos una operación que era casi imposible. Yo no sé ni cómo lo hicimos. Era la primera vez que se hacía una cirugía torácica mínimamente invasiva en el país. Todo fue dificultad tras dificultad. No había sistemas de drenaje, tuvimos que crearlos con unos botes de gel hidroalcohólico. Fue toda una aventura”. Y como la historia se repite, una situación parecida le pasó en abril de este año en Gabón.
Regalos de agradecimiento
El desván de su casa se ha convertido en un museo con regalos de pacientes agradecidos. Un muñeco que le representa a él, un instrumento musical hecho con una caja de puros o una alfombra con su cara. “Normalmente los regalos que yo más agradezco son las cosas manuales que te hace alguien, mucho más que que te regalen una caja de vino”.
“A veces tuve ganas de vomitar“
Tiene cientos de anécdotas que contar. En China, por ejemplo, asegura que es routine irse a cenar después de una operación con sus compañeros y que acostumbran a brindar con un licor fortísimo. “Hay que brindar y beber todo de golpe. Y a lo mejor te vienen diez personas en fila, cada uno con su copa, y no puedes decir que no porque es irrespetuoso. A veces tuve ganas de vomitar”.
En ocasiones, después de una operación, los familiares le quieren agradecer su trabajo. “En Bolivia me acuerdo que cuando acabamos la cirugía toda la familia estaba en el hotel esperándome con bolsas y bolsas llenas de comida, de piezas de alpaca… Te hablo de siete bolsas enormes. Yo decía ¿qué hago con esto?”
Desde hace años viaja con una maleta pequeña, de cabina de avión, así que “todo se quedó allí en el hotel”. En Mongolia se acuerda cuando al acabar la cirugía llegaron los familiares del paciente con un cuenco con bolas de queso de oveja fortísimo. “Olía ¡puf! Yo me quedé así como quieto, no sabía qué hacer y empecé a comerlo. Sabía horrible pero aguanté…”
” Fuentes www.rtve.es ”