Como todo lo que pretende sobrevivir, Bergua no se rinde. Como cualquier joya, Bergua se ofrece sin darse importancia. Como viene todo lo valioso, Bergua se regala a los que tienen ojos para ver. Amerizar en Bergua, fondear en Escartin, atracar en Otal para tornar a puerto, es hacer un crucero al sosiego. Navegar por sus corrientes y mareas, es abarrancar el minuteo. Otear el horizonte desde la canastilla de su mástil, es repescar la inocencia de la infancia. Es capturar la bondad. Es arribar a una isla tropical después de, por meses, haber sido náufragos en nuestro mar interno. Es haber saboreado la sed. Es haber catado el hambre. Es haber gustado la incertidumbre… Es ser abordado por lobos. Haber sentido sus colmillos lacerando nuestra piel. Y en un momento de esplendor, divisar la salvación a lo lejos: una isla. Entonces, el pecho se nos abre y nuestro corazón empieza a bombear sangre como un loco a nuestras extremidades. Y nadas con todas tus fuerzas hacia aquella peña salvadora. Hacia Escartín, hacia Otal, hacia Bergua.
Y una vez abarloada nuestra desesperación en ella, te fundes y te confundes con el paisaje y lo amas porque ella es verdad. Y al volver a la precaria y tediosa existencia, te traes un pedazo de aquel cantil en lo más secreto de ti para anclar allí tus suspiros. ¡Oh! Comarca del Sobrepuerto querida, este fin de semana diste de beber a este grumete en tus manos plenas cuando estaba sediento y, al hacerlo, sin darte cuenta colmaste lo que en mí estaba deshabitado.
” Fuentes www.diariosigloxxi.com ”