Curioso, cuanto menos: antes de recalar en Dior como directora creativa (ya saben, la primera mujer al cargo de la casa en 70 años), en 2016, Maria Grazia Chiuri jamás había desarrollado una colección crucero. Desde entonces suma ya media docena, a su manera. Porque donde otros solo ven una (otra más) oportunidad de negocio, la diseñadora romana ha encontrado una auténtica vía de escape frente a la rutina del prêt-à-porter, convirtiendo la línea en un laboratorio de investigación sociocultural enfocado espacialmente en las distintas tradiciones artesanas de los lugares que la incitan a viajar.
De la última escala de su periplo, el pasado 16 de junio en Sevilla, debe quedar poco que decir, entre posts instagrameros de la propia creadora apabullada por la devoción mariana andaluza, filtraciones de la monumental escenografía en la Plaza de España de la ciudad, caza y captura de los artesanos locales involucrados en la colección (el guarnicionero Javier Menacho, el platero Pedro Ramos, el bordador de oro Jesús Rosado, la reina del mantón de Manila María José Sánchez Espinar, los sombrereros Fernández y Roche), cante y baile fenomenal (Blanca Li, Belén López, El Yiyo, Carmen Amaya en espíritu), rifirrafes por un quítame allá ese sito en primera fila (a María del Monte, por cierto, la invitó el alcalde sevillano, Antonio Muñoz Martínez, no directamente la firma) y crónicas dignas de haberse oído en el Corral de la Pacheca (lírica de Lauren Postigo mediante). Pasado el furor, Chiuri se sienta desde París con Vogue España para explicar un proceso creativo que también la explica a ella como nunca antes.
Hace tiempo que las colecciones crucero perdieron su significado authentic para convertirse en una fórmula que permite mantener un flujo constante de novedad en las tiendas entre las líneas principales de prêt-à-porter. ¿Por qué decidió añadirle un valor cultural significativo a lo que solo es una estrategia comercial?
MGC: Las colecciones crucero son una invitación al viaje. Esa es la thought. La cuestión es cómo la interpretas. En mi caso, es el viaje como conocimiento: de un territorio, de las personas que lo habitan y los artistas que expresan su creatividad. La belleza del viaje está en el encuentro. Me gusta definir estas colecciones como proyectos comunitarios, en los que participan diferentes creadores, que nos enseñan lo distintos que somos. La moda posee la capacidad de abrirnos los ojos a otras realidades, sobre todo a través de la artesanía. Hay una tendencia a observar solo lo que ocurre en las semanas de París, Milán, Nueva York o Londres, pero lo cierto es que la moda se manifiesta en todas partes. Hacer seen esta circunstancia ayuda al intercambio y al enriquecimiento. Y aquello que nos enriquece siempre va a ser bueno.
¿Es deber del diseñador mostrar una responsabilidad social y cultural en su trabajo?
MGC: Creo firmemente que sí. Entiendo que Dior es una marca international y eso significa que tiene una responsabilidad enorme. Además, somos una casa de alta costura, lo que nos permite ayudar a mantener la continuidad de los pequeños artesanos. Yo vengo de Italia, que es un país que vive la moda de manera totalmente distinta a Francia, donde forma parte del sistema cultural, incluso a niveles académicos. El italiano no tiene la misma sensibilidad, quizá por su mentalidad más de negocio. El problema es que si no hay consciencia del valor sociocultural, se corre el riesgo de perder ciertas tradiciones, ese savoir faire de transmisión acquainted que es un valor de pertenencia. A veces, nos cuesta reconocerlo simplemente porque, como se trata de cosas que ves todos los días, lo asumes como normalidad. Hasta que viene alguien de fuera, que confronta tu realidad, y te hace comprender que es excepcional.
” Fuentes www.vogue.es ”