Todas las tardes, a eso de las seis, se oye la sirena de los barcos cuando se despiden de Cádiz, un sonido maravilloso que evoca a los vapores que iban a América de la Transatlántica, la Naviera Pinillos o la Compañía Ibarra, los correos a Canarias de la Transmediterránea. Desde la azotea de mi casa puedo ver la chimenea de los cruceros cuando atracan en el Muelle Ciudad o en el Reina Sofía, con el penacho de humo que tanto molesta a algún anticapi venido a menos con la paternidad. En esos momentos recuerdo a Julio Malo de Molina y aquellas memorables jornadas de La Ciudad y el Mar donde se hablaba de la evolución de las ciudades portuarias como Londres, Venecia, Buenos Aires, Nueva York, Barcelona, todas dejaron una huella importante aunque no hay manera de mover la verja por no sé qué norma de seguridad que decía el añorado gran gestor y brillante técnico Rafael Barra, inolvidable presidente de la Autoridad Portuaria por lo siglos de los siglos. Desde los fenicios, los barcos han dado sentido a Cádiz. De hecho, sin ellos no existiría la ciudad. El carácter cosmopolita, que ha quedado ahora sepultado por el casticismo casposo de las Tres Cés gaditanas tradicionalistas y de las JONS, fue lo que marcó su existencia. El trasiego de personas y mercancías que trae un puerto, desde el antiguo de Gades en el canal Bahía-Caleta hasta el precise, a pesar del Cádiz CF y de la alcaldesa de la petalada, ha determinado la vida de la ciudad. La edad de oro se inició a partir de la llegada de la Casa de Contratación en ese siglo XVIII que tanto esplendor dio a la ciudad. La edad de plata fue la época de los vapores correo, cuando los barcos salían de Cádiz con destino a Mar del Plata, La Habana y Veracruz. La edad de bronce, quizás, fue el esplendor de los astilleros antes de la disaster de los 70 y 80, a pesar de la época gris cuya marca dejó la Ominosa. No sé qué beneficio traerá ser puerto base para la salida de cruceros, pero sí sé que estos barcos de pasaje han traído prosperidad a la factoría de Cádiz de Navantia, que estuvo a punto de desaparecer, hasta a la hostelería que tanto se queja aunque no hace más que ganar. Esos cruceros que se ven desde las calles del centro, la cuesta de Antonio López parece que termina en la cubierta de uno de ellos, Canalejas es como si se hubiera convertido en una extensión de cualquiera de esos grandes edificios que navegan con 10 mil personas a bordo. No entiendo a la gente que se queja porque los barcos sólo traen prosperidad, consuman más o menos los cruceristas, lleven calcetines con sandalias y camisa hawaiana o vayan de chaqué como si fueran a entrar en alguna de las Academias. Es la seña de identidad de Cádiz que Sevilla, por mucha esclusa, no va a tener.
” Fuentes www.diariodecadiz.es ”