La ciudad nueva da la bienvenida en una vega plácida mientras la vieja vigila desde un promontorio angosto que forman la confluencia de dos profundas hoces: la del Huécar y la del Júcar. Se construyó sobre una especie de península flotante donde es tradición crear el arte menos tradicional. Hoy ya no existen esas murallas que, en alianza con los acantilados, impedían subir desde la vega, y hay calles asfaltadas que se retuercen para salvar los precipicios.
Pero esta ruta entra a Cuenca desde las alturas, a través del istmo de dicha península, por una fortificación que hacía de cerrojo. Esto permite recorrer esta delgada línea, flanqueada por miradores y rascacielos medievales que se asoman peligrosamente al vacío, visitar un templo que es campo de pruebas de un arte que traspasa la religión, descubrir los mitos más mágicos de la Reconquista, descender a las riberas para asaltar una serranía de formas caprichosas y evocar aquella Cuenca neblinosa, inundada por marismas y humedales, que habitaban seres extraordinarios.
” Fuentes viajes.nationalgeographic.com.es ”