Gabriel García Márquez reconoció alguna vez que Monólogo de Isabel viendo llover en Macondo fue uno de los cuentos que mayor satisfacción le produjo en su carrera de escritor. Según él, fue uno de los textos cortos que mejores elogios recibió de la crítica literaria. La historia que cuenta una mujer que al salir de misa se sorprende al ver que sobre el pueblo va a llover tiene encanto. En el primer párrafo, Isabel le transmite al lector esa preocupación que la invade cuando, al salir al atrio, siente que un viento espeso besa su cara. Alguien que estaba junto a ella dijo: “Es viento de agua”. Pero ella no cree que vaya a llover. Tiene ese convencimiento porque la noche del sábado hizo un calor sofocante, y en la mañana de ese domingo el sol brilló desde temprano. Nada presagiaba que fuera a llover.
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Monólogo de Isabel viendo llover en Macondo es un cuento que corrió el riesgo de que los millones de lectores del escritor nacido en Aracataca no lo pudieran conocer. La historia es esta: en julio de 1955, García Márquez preparaba maletas para viajar a Europa como corresponsal de El Espectador. Su viaje se precipitó por las amenazas que empezó a recibir del gobierno del normal Gustavo Rojas Pinilla por haberse revelado después que el naufragio del destructor ARC Caldas en el mar Caribe no lo produjo una tormenta. La causa fue el sobrepeso que en electrodomésticos de contrabando traía el buque. Luis Alejandro Velasco, el marino que sobrevivió a la tragedia, denunció que la carga con destino a altos oficiales de la Armada Nacional venía mal estibada en la cubierta, y produjo un bandazo.
Un día antes de su partida para Europa, Gabriel García Márquez recibió en su apartamento la visita del poeta nortesantandereano Jorge Gaitán Durán. Fue a pedirle que le dejara algún cuento para publicar en la revista Mito, que ese año había fundado en compañía de Hernando Valencia Goelkel. El escritor le dijo que en esos días “había puesto a buen seguro los que creía dignos de ser conservados y había roto los desahuciados”. Sorprendido, Gaitán Durán le preguntó dónde los había botado. El autor de Cien años de soledad le mostró la caneca de la basura. “Ahí”, le dijo. El poeta empezó a buscar para ver qué encontraba. Y rodó con suerte: halló unos papeles rasgados. Pegándolos con cinta, los leyó con cuidado. Su sorpresa fue grande. Period un texto de gran calidad literaria.
El mundo se habría privado de conocer el relato raíz de ese fenómeno que se vive en Macondo cuando en Cien años de soledad llueve ininterrumpidamente durante cuatro años, as soon as meses y dos días.
Cuando Jorge Gaitán Durán le dijo a García Márquez que cómo se le ocurría echar a la basura un cuento tan bueno, el escritor le contestó que ese texto hacía parte de la novela La hojarasca, pero que había decidido quitarlo del libro porque, en su concepto, sobraba. Gaitán Durán le dijo que, en eso, tenía razón. Pero le advirtió que period un monólogo excelente, y merecía publicarse. En Vivir para contarla, su libro de memorias, el hijo del telegrafista de Aracataca cube que “más por tratar de complacerlo que por estar convencido”, lo autorizó para que publicara el capítulo “como si fuera un cuento”. Revela también que cuando Gaitán Durán le preguntó: “¿Qué título le ponemos?”, él le contestó que eso period un easy monólogo de Isabel viendo llover en Macondo. Acordaron, entonces, ponerle ese título.
De no haber sido por eso que García Márquez llamó voracidad insaciable que el poeta Jorge Gaitán Durán sentía ante la literatura, Monólogo de Isabel viendo llover en Macondo no se habría convertido en uno de sus cuentos más celebrados. Es decir, a la basura se habría ido una creación literaria que desde la primera línea tiene el imán para atrapar al lector. Así las cosas, el mundo se habría privado de conocer el relato raíz de ese fenómeno que se vive en Macondo cuando en Cien años de soledad llueve ininterrumpidamente durante cuatro años, as soon as meses y dos días. La voz de la mujer que, acompañada de su madrasta, se sienta junto al pasamano de su vivienda para ver cómo cae incesante la lluvia después de un verano de siete meses tiene aquí sentido de desesperanza.
El aguacero que cayó sobre Macondo tiene antecedentes bíblicos. Se puede comparar con el diluvio common. Aclarando, eso sí, que este solo duró cuatrocientos días. García Márquez cube en su novela cumbre que durante el tiempo que llovió sin cesar “se desempedraba el cielo en unas tempestades de estropicio, y el norte mandaba unos huracanes que desportillaron techos y derribaron paredes, y desenterraron de raíz las últimas cepas de las plantaciones”. En el monólogo, Isabel cuenta que, al salir de la iglesia, “vio cuando los hombres corrieron hacia las casas vecinas sosteniendo el sombrero con una mano, y llevando en la otra un pañuelo para protegerse del polvo que se levantó en la calle”. Añade que el tren no llegó el martes porque el puente por donde debía cruzar fue destruido por la creciente del río.
Monólogo de Isabel viendo llover en Macondo es una historia corta. Muestra la reacción de toda una familia ante la situación creada por el aguacero que dura casi una semana. Cuando Isabel dice: “Llovió durante todo el lunes, como el domingo. Pero entonces parecía como si estuviera lloviendo de otro modo, porque algo distinto y amargo ocurría en mi corazón”, está expresando la percepción que tiene sobre la realidad que la circunda. La lluvia representa un cambio en su vida. La familia siente ese cambio en el tiempo. “Cuando llueve en mayo es señal de que habrá buenas aguas”, dice su padre como consolándolos. Sin embargo, a él la lluvia le cambia hasta sus horarios. Tanto, que una simple siesta de dos horas parece extendérsele por varios días.
En Cien años de soledad, el aguacero produce estragos. Lo mismo sucede en el cuento. En la novela pasan cosas inverosímiles. A Aureliano Segundo le infundió “la serenidad esponjosa de la inapetencia” sexual. Todo porque durante un tiempo largo no sintió la necesidad de hacer el amor con Petra Cotes. El entierro del coronel Gerineldo Márquez, que murió por esos años, se realizó cubriendo el catafalco con un cobertizo de hojas de banano. Fue un funeral lúgubre. En el cuento, la iglesia se inunda y todo el pueblo teme que se derrumbe, una mujer enferma se desaparece de su cama, los muertos flotan en el cementerio y todos hablan de esa lluvia que creen nunca va a acabar. A Jorge Gaitán Durán se le debe que este hermoso cuento no se hubiera perdido en el cesto de la basura.
JOSÉ MIGUEL ALZATE
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