En septiembre de 1987, el experimentado corredor de bolsa estadounidense Steven Rothstein hizo el mejor negocio de su vida.
En aquel entonces, por 250.000 dólares de la época adquirió uno de los tiquetes vitalicios con los que la aerolínea American Airways buscó demostrar su poderío económico a finales del siglo XX.
Con ese ‘lifepass’ acumuló más de 30 millones de millas en los interminables viajes que hizo durante 21 años.
“Steven se subió a un avión como la mayoría de la gente se sube a un autobús”, resumió Nancy Rothstein, su esposa por más de tres décadas, en un artículo firmado por Caroline, su hija periodista, en 2019.
Así fue hasta el 13 de diciembre de 2008, cuando la aerolínea con la que su destino cambió de rumbo decidió que ‘era hora’ de aterrizar.
La turbulencia, en este caso, fue ocasionada por pleitos judiciales.
Y su privilegio le fue cancelado.
‘Sacarle el jugo’ a una peculiar estrategia de advertising and marketing
Por lo que pudo constatar el reputado periodista de investigación Ken Bensinger, en un artículo en ‘Los Ángeles Times’, American Airways introdujo sus primeras versiones del programa de fidelización ‘AAirpass’ en 1981.
Entre la gama de opciones resaltaba, por su asombrosa dimensión, aquella que prometía un tiquete ilimitado cuyo precio dependería según la edad del comprador.
Ante esa oferta, y teniendo en cuenta su frecuencia como viajero de negocios, el financista Rothstein, de 37 años en ese entonces, decidió invertir en 1987 los 250 mil dólares que le costaría el boleto vitalicio de primera clase.
Seducido por la thought de viajar todo lo que quisiera sin tener que pagar más del dinero invertido, dos años después adquirió un tiquete de compañía con las mismas condiciones por 150 mil dólares más.
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Una cláusula que permitía que su esposa ocupara ese asiento, así viajara en el vuelo anterior o próximo al suyo, se presentó como el mejor ‘seguro de vida’ para que sus tres hijos no quedaran sin acudientes ante un posible accidente.
Desde entonces, la pasión por volar “como que se apoderó” de él.
“La idea de que él fuera a Los Ángeles desde Chicago durante el día y a Tokio durante la noche no era algo extraño”, dijo su exmujer.
“Nosotros pensamos que el ‘AAirpass’ sería algo que las empresas podrían comprar para sus trabajadores con cargos más altos (…) pronto se hizo evidente que el público era más inteligente que nosotros”, sintetizó sobre aquella estrategia de mercadeo Bob Crandall, director ejecutivo de A. Airways durante 1985 y 1998.
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Las ventajas de ‘ser parte’ de la tripulación
Con semejante licencia, Rothstein frecuentó tantas veces los vehículos de la aerolínea que terminó por conocer, prácticamente, a todos sus trabajadores.
Además, su silla de acompañante fue ocupada por decenas de personas que, en algunos casos, eran apenas conocidos.
“Hubo una vez que llevó al mejor amigo de mi hermano en su primer avión para ver un partido de fútbol (…) a una empleada de American Airlines que vio en India, llorando porque podría perder su trabajo si no llegaba a Toronto (…) a un hombre en la oficina administrativa de ‘National Securities’, que quería visitar a su padre moribundo. Ayudó a llevar a otras personas a donde necesitaban ir”, contó su hija.
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De hecho, según relató Caroline, ese fue el verdadero premio que representó el tiquete vitalicio para Steven: forjar “vínculos de por vida”.
Por ejemplo, con ella asumió un desafío interesante: llevarla a los 50 estados de su país.
“Nosotros pusimos un mapa grande de Estados Unidos cuando yo tenía 11 años. Después de cada viaje, agregaría un pin al estado visitado; otro para los lugares a los que quería ir (…) cuando llegamos a treinta y algo de estados, le pedí que paráramos. Quería ser capaz de tener nuevas aventuras como adulto”, indicó la compañera de viajes de aquel ejecutivo.
La pasión por los viajes comenzó a convertirse en el eje tanto de la existencia de Steven como de su familia.
Fue tanto el cariño (y el bagaje) que empezó a guardar todas las cosas que le quedaban de sus experiencias (jabones, secadores, sábanas, toallas y demás) en un cuarto especial que se convirtió en una suerte de refugio.
Period tanta la mística de ese estilo de vida que, rozando los cincuenta años al comienzo del nuevo milenio, parecía imperecedero.
Pero todo lo que sube tiene que bajar.
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Momentos de fuerte turbulencia
El 6 de octubre de 2002, su hijo menor, Josh, de 15 años, falleció después de ser víctima de un horrible accidente de tránsito.
A partir de ahí, en un evidente estado de congoja, la relación de Steven con ese tiquete de viaje ilimitado se fortaleció por el valor humano que le había permitido conocer.
“Cuando todos dormían en la casa y no tenía a nadie con quien hablar, y me sentía solo por la muerte de Josh, llamaba al número de reservas de American Airlines y hablaba con los agentes sobre quién sabe qué durante una hora (…) estaba muy confundido y muy solo, y estaba llamando a American Airlines porque eran personas lógicas con las que podía hablar”, le confesó Steven a su hija.
Ellos me conocieron. Yo los conocía. Sabía sus nombres. Conocí sus vidas. Entonces, al llamar al número 800, pude hablar con alguien en mi soledad
En realidad, period tan fuerte el vínculo que muchos de los trabajadores de la aerolínea asistieron al funeral de Josh.
Todo indicaba que la compañía, a nivel institucional y humano, estaba presente en su vida.
Por eso, cuando estaba ingresando al avión que lo llevaría de Chicago a Londres, en diciembre de 2008, lo tomó por sorpresa que un oficial del vuelo le dijera que su ‘AAirpass’ estaba cancelado.
Eso, hasta entonces, sonaba imposible.
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Aterrizaje forzado
Según logró comprobar American Airways ante la justicia norteamericana, después de tres años de pleitos, Steven Rothstein incumplió su acuerdo con la empresa por hacer “reservas especulativas”.
Por lo que relató su hija, period regular que el hombre reservara con ligereza vuelos con acompañante sin siquiera saber si esa persona podría ir.
Los hechos presentados ante los Tribunales fueron certeros: durante mayo de 2005 y diciembre de 2008, Rothstein reservó 2.648 tiquetes de vuelo para compañeros de viaje y 2.269 fueron cancelados o su acreedor no se presentó.
Para los más escépticos, ese comportamiento no ameritaba dar por terminado el pacto. Ellos creyeron que, probablemente, se buscaba cortar de tajo el jugoso beneficio del pase ilimitado.
No en vano, según estimó una de las trabajadoras de American Airways en diálogo con Ken Bensinger, cada año del acuerdo les estaba costando más de un millón de dólares.
Tras la decisión judicial, la fascinante vida del hombre que en sus viajes llegó a darle más de 500 vueltas al mundo, teniendo en cuenta que el perímetro de la Tierra es de 40.000 kilómetros, había terminado.
“El trauma de quitarle eso, lo puso en la tierra, literalmente”, dijo su exesposa.
“Me robaron la personalidad”, sentenció el propio Steven.
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” Fuentes www.eltiempo.com ”