Sanjay Gupta: Koh Samui, Tailandia
Al corresponsal médico de 51 años un desvío imprevisto lo obligó a reflexionar sobre la fragilidad de la vida.
Una de mis experiencias de viaje más felices fue también la más desgarradora. En diciembre de 1998, mi esposa y yo fuimos a Koh Samui, una pequeña isla situada en la costa este de Tailandia. Nos alojamos en un lugar en la playa llamado Smile Home, que costaba entonces unos $20 la noche. Fue una experiencia imborrable, pero no solo por los panqueques de plátano que desayunábamos.
Para llegar a Koh Samui hay que tomar un vuelo nocturno o viajar en autobús 12 horas durante el día y después viajar en ferri otras dos horas. Hicimos cola en el aeropuerto, pero no pudimos conseguir un billete así que acabamos en el autobús. Justo period el cumpleaños de mi mujer y pensaba ¡vaya, la he arruinado! El aire acondicionado del autobús estaba tan frío que se nos acalambraron los brazos y las piernas. Prácticamente no podíamos movernos. Cuando llegamos a Surat Thani, la ciudad en la que debíamos tomar el ferri, ya period de noche, pero el horizonte estaba iluminado por las luces de rescate y las sirenas. Al principio no entendíamos qué había pasado, pero resultó que el avión que queríamos abordar se había estrellado. Fue espantoso. Habían muerto más de 100 personas. Fue uno de esos momentos en los que no sabíamos qué decirnos. No hay nada que te haga sentir más vivo que cuando te disparan y no aciertan, y así nos sentíamos.
Cuando uno envejece, le da valor a la fragilidad de la existencia. Puedes pasarte todo el día culpándote de algo —como no haber sacado esos billetes de avión— pero el destino puede dar un vuelco en un momento. En basic, no soy así, pero creo que ciertas cosas suceden por una razón. Si ese día hubiera conseguido lo que quería —o lo que creía que quería— no habríamos sobrevivido. En cambio, fue un momento inolvidable que ha permanecido conmigo todos estos años: comiendo esos panqueques, mirando el mar, pensando en lo afortunados que somos, ¡qué afortunados somos!
Lista de viajes pendientes
Las Catalinas, en la provincia costarricense de Guanacaste, es una nueva ciudad de playa, no turística, diseñada según los principios del nuevo urbanismo que apunta a crear comunidad y adentrarse en la naturaleza. No circulan automóviles, es peatonal, y tiene plazas y rutas de senderismo diseñadas para que te sientas parte de la comunidad, aunque solo estés de visita.
” Fuentes www.aarp.org ”