Más allá del mundo materialista que nos rodea y las vicisitudes y rutinas del diario bregar, contamos con un horizonte bien amplio para dejar detrás todas las cosas harto conocidas y aventurarnos a conocer el mundo.
¿Por qué? Ante todo, viajar nos convierte en personas diferentes, amplias, saciando la sed de absorber nuevas culturas, gastronomías y costumbres. Eso vale mucho más que el sufrimiento de navegar las calles citadinas repletas de baches y de irresponsables conductores en un auto último modelo que seguramente en cualquier momento sufrirá el embate de un accidente.
Viajar suma mucho más que portar los ropajes de última moda o aquel reloj de lujo que nos convierte en posibles víctimas de atracos con posibles secuelas permanentes, cuando un pinche reloj de $30 nos cuenta los pasos diarios, las horas dormidas, los latidos del corazón y el nivel de oxígeno en la sangre.
Viajar nos brinda la oportunidad de saborear nuestra personalidad alterna, esa identidad de Marco Polo que se exterioriza al cambiar la rutina. Nos permite saborear las vivencias desde un punto de vista diferente en una actividad que permea en el recuerdo a lo largo de la vida. Precisamente, en un reciente intercambio, un joven viajero me preguntaba si había visitado por casualidad Auckland, la capital del Nueva Zelanda.
A pesar de haber concurrido a la isla norte del archipiélago en 1988 durante un viaje de retorno desde Sydney, Australia, para la conmemoración de sus 200 años, rebobiné el cassette de la memoria, la edad de Cristo, y no solamente le respondí positivamente sino que le recomendé alquilar un auto y desplazarse un tris más allá de 200 kilómetros al poblado de Rotorua, cuna de la cultura Maori que habitó las islas del Pacífico Sur, desde tiempo inmemorable y de fantásticos géisers e importante fuente de aguas termales.
En su defecto, brincarnos ese viaje nos hubiese seguramente permitido comprar chucherías de la época que prontamente hubiésemos olvidado, pero ese recuerdo de transitar el verdor de majestuosas montañas con aire fresco y preñado de miles de ovejas bien saludables que permite a los kiwis, como se conocen los habitantes de las islas, convertirse en el mayor productor de lana en el mundo.
Es un mundo diferente allá afuera, abierto para todos, indistintamente de presupuestos. En un viaje al estrecho de Magallanes me topé con una tripulante panameña a bordo del crucero Norwegian Star.
Entre glaciares, pingüinos y leones marinos, me intimó que el trabajo es duro y extendido pero que, a sus veintipico de años, ya conocía más de 50 países. “¡Una verdadera hazaña!” recalqué. Entonces me contestó algo que me dejó pensativo. “Soy oriunda de allá onde uno, de la provincia de Los Santos. Al regresar después de cumplir mi contrato de varios meses, mi abuela me espera ávidamente para que le eche los cuentos, cuando era ella la que me los echaba cuando era niña”.
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Así como los viajes son fuente de cambios de personalidad durante su duración, algunos analistas acentúan que los viajeros se convierten en personas más creativas, abiertas y confiables, menos neuróticos, al establecer contacto con personas en diferentes latitudes. Ello alimenta nuestra salud psychological al obligarnos a adaptarnos a ambientes menos habituales.
Si desea buscar viajes significativos con efectos a largo plazo, comience por empujarse un poco más allá de su zona de confort. Los viajes a Cancún, Miami y el Caribe son emprendimientos simpáticos, pero bastante rutinarios para los istmeños. Si ha visitado esos parajes, visite África, embarque en un crucero desde Dubái a Ciudad del Cabo, Sudáfrica. La vivencia es algo diverso y nutritivo donde fotografiará gráficas diferentes en su cámara y bien dentro del corazón.
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” Fuentes www.panamaamerica.com.pa ”