Period un tipo tan escurridizo como una nube de humo y tan encantador como una chica joven dormida. Así definió uno de los agentes de Estados Unidos a uno de los estafadores más brillantes de la historia. Un tipo capaz de vender por piezas, dos veces al menos, la Torre Eiffel y de estafar 50.000 dólares al mismo Al Capone. El Conde Victor Lustig, así decía que se llamaba, tenía una cicatriz que le cruzaba la cara, pero nunca tuvo que recurrir a la violencia en su larga y fascinante carrera de estafas.
Lo cierto es que hoy no se sabe con certeza cómo se llamaba. En la ficha que el FBI abrió sobre él y sus andanzas figura con 47 identidades distintas. En ese documento policial se afirma que nació el 1 de octubre de 1890 en la ciudad de Hostinné, entonces parte del Imperio Austrohúngaro, hoy en territorio de la República Checa, pero el supuesto aristócrata Victor Lustig no figura allí en ningún registro.
Falsificador audaz
Eran los años 20 del siglo pasado y Francia vivía un debate sobre si había que derribar la Torre Eiffel y vender sus piezas para ahorrar y hacer frente a la disaster. En 1925, según cuenta en sus memorias James Johnson, el que fuera agente secreto encargado de perseguir a Lustig, éste llegó a París. Escuchó atento las polémicas sobre el futuro de la torre Eiffel y puso en marcha su estafa más audaz. Falsificó el sello del gobierno francés en unos documentos para hacerse pasar por agente del estado galo y se citó en el lujoso Lodge Crillon de París con varios empresarios a los que les ofreció comprar las piezas de la Torre, period hierro barato que luego podrían revender a precio de mercado, un negocio redondo pero que debía ser discreto. Varios aceptaron, pagaron y callaron, incluso tras ser engañados
Lustig volvió a hacerlo una segunda vez antes de desaparecer de París.
El periodista Jeff Maysh, autor de “Handsome devil” (algo así como “El demonio encantador”) sobre la vida de Lustig, sitúa su siguiente paso en Estados Unidos. Allí, Lustig se burlaba de los agentes del FBI que trataban de darle caza registrándose con sus nombres en diferentes hoteles y barcos en los que iba alojándose en sus viajes. Iba siempre con un bául en el que llevaba disfraces de sacerdote o chico de las maletas para salir del paso en caso de aprieto.
En ese libro se incluyen “los diez mandamientos de Lustig”, una especie de código de buen estafador.
-Escuchar a los otros con paciencia
-No mostrarles nunca aburrimiento
-Esperar a que la otra persona revele sus opiniones políticas y a continuación mostrarse de acuerdo con ellas
-Dejar que la otra persona muestre sus opiniones religiosas y a continuación mostrar las mismas opiniones
-Hacer una mención del sexo, pero no hacer más alusiones a ello salvo que la otra persona muestre un fuerte interés en ello
-No hablar nunca de enfermedades, a no ser que la otra persona muestre interés por ello
-Nunca husmear en la vida privada de la otra persona (ya te hablará él de eso con el tiempo)
-Nunca presumir. Deja que tu importancia sea obvia para tu interlocutor
-No ser desordenado
-No emborracharse nunca
Vender el Bernabéu
El psiquiatra forense José Cabrera explica que “Lustig fue un maestro de estafadores, un hombre de la escuela antigua, un personaje de novela. En su época no había forma de demostrar si uno era conde y austrohúngaro. No creo que hoy alguien fuera capaz de vender el Bernabeú, como hizo Lustig con la torre Eiffel o como se hizo con el puente de Brooklyn”. Cabrera apunta algunos rasgos de Lustig que son imprescindibles para todo estafador que quiera hacer historia: “tener una inteligencia mayor que la media, una gran capacidad de empatizar, de escuchar y también de seducir al otro. Y también un pasado envuelto en la niebla, algo misterioso, que nadie puede comprobar”. Este experto añade que Lustig, como los mejores estafadores, jugaba siempre “con la codicia del que va a ser timado. Hay personas que son codiciosas y que caen más fácilmente en estos engaños”.
Vicente Garrido, catedrático de Criminología en la Universidad de Valencia y que ha ayudado a la policía y la guardia civil en varias investigaciones criminales, explica que Lustig fue “un profesional, un estafador vocacional, alguien que hizo del engaño su modo de vida. Fue una persona inteligente, educada, que repudiaba la violencia y ganaba al otro por la inteligencia”.
Una mujer lo delató
Fiel a esos mandamientos para seducir a los primos que iba a engañar, Lustig llegó a Chicago, donde conoció a Al Capone y le convenció de que le prestara 50.000 dólares. Nunca se los devolvió y fue descubierto por el jefe mafioso, pero aun así se las apañó para seguir con vida. Capone le dijo que debería haber sido su consejero y Lustig le respondió. “Debería haber sido tu contable”, en alusión a la persona que lo delató.
Pero el supuesto Conde Lustig cometió un error. Una mujer con la que tenía una relación y a la que había sido infiel lo denunció por falsificar billetes de un dólar y fue detenido en 1935. Escapó de la cárcel con el viejo método de anudar sábanas y descolgarse por la ventana de la celda, pero fue detenido al año siguiente y enviado al inclemente penal de Alcatraz. Murió allí en 1947. A su llegada a ese presidio invulnerable, cuando le pidieron que rellenara la ficha carcelaria, Lustig escribió con humildad en la casilla donde debía poner su profesión: “Aprendiz de vendedor”.
” Fuentes www.levante-emv.com ”