Con 19 años, las marcas de María Camila Osorio dan cuenta de una promisoria carrera en el tenis profesional. En tres meses ha ascendido más de cien posiciones (de 180 a 79) en el listado de la WTA, lo que le garantiza un cupo en los Olímpicos de Tokio 2020, y es la primera colombiana en 47 años en llegar a la tercera ronda de Wimbledon. La primera en hacerlo, en 1974, fue Isabel Fernández de Soto, quien se hizo profesional en 1971.
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Nació 21 años atrás en Cali y desde pequeña caminó las instalaciones del Membership San Fernando haciendo deporte. Primero fue practicando natación; luego, “fútbol con los chicos”, como ella misma lo cube, y después, tenis, cuando un miembro de la familia, con tan solo siete años, la llevó a verlo jugar. “Una vez lo vi practicar pegándole a la pared y le dije que quería hacer lo mismo. Cuando hice mi primera comunión, él me regaló mi primera raqueta. Desde allí me encantó”, comenta Isabel.
Al año siguiente de haber recibido esa primera raqueta, con nueve años, ganó el trofeo más lindo de su carrera, también el primero. Ese premio fue determinante y motivó a Isabel a decidir que el tenis sería lo que iba a hacer por el resto de sus días. Años después, cuando ya tenía 15 años, viajó a Estados Unidos a participar en un circuito juvenil de tres o cuatro paradas. Allí comenzó a buscar oportunidades y consiguió una beca completa para estudiar en la Universidad de South Florida, en Tampa. “Mi corazón me decía que quería ir al Tour (de tenis)”, afirma Isabel con un acento caleño mezclado con la pronunciación de un estadounidense nativo.
Estuvo dos años en Estados Unidos y al regresar a Colombia, en 1970, les comunicó la gran noticia a sus padres: se iba a jugar al circuito de tenis profesional en marzo del año siguiente. “¿¡Cómo te vas a ir!? ¿Ya tienes la plata lista?”, le preguntaron en su casa. “Yo me las arreglo”, les respondió. Fue allí donde aparecieron los socios del Membership San Fernando, al que llama su segunda casa, quienes la apoyaron; logró hacer la vaca y se fue para Europa a cumplir su sueño, empezó su carrera profesional.
Ya en Europa las cosas comenzaron rápido. Su primer campeonato fue en Stuttgart (Alemania), donde logró avanzar a semifinal. Desde allí comenzó a vivir la vida del Tour como la había soñado.
Ese mismo año participó en Roland Garros, torneo al que entró tras superar las qualys. También jugó torneos menores en Francia, Holanda y al llegar a Inglaterra jugó campeonatos menores, de los cuales ganó uno, lo que le concedió la oportunidad de entrar directamente al cuadro principal de Wimbledon. En ese 1971, en sus primeros grand slam, Isabel quedó en primera ronda. “De allí en adelante entré directamente en todos los torneos, creería que ya era de las primeras 100 del mundo”, afirma.
Regresó ese año a Colombia después de los Panamericanos que se disputaron en Cali, y aunque no participó en ellos, al año siguiente, en 1972, representó a Colombia junto con María Victoria Holguín en la Copa Federación, el torneo más importante por selecciones nacionales del tenis femenino, disputado en Sudáfrica.
Allí ganó cinco de sus seis partidos, llegando a segunda ronda y siendo eliminada contra la delegación neerlandesa. Gracias a estos resultados, clasificaron a la ‘ronda de consolación’, un cuadro diferente para los equipos eliminados del torneo. Junto con Holguín, llegaron a la ultimate de este torneo alterno, siendo eliminadas por la delegación japonesa. “María Victoria Holguín es una de las mejores tenistas que haya tenido Colombia, conformó con Isabel Fernández de Soto y Polita Palacios un trío imbatible en la rama femenina”, publicó EL TIEMPO en 1996.
Desde ese primer año en el World Tour, su vida transcurrió entre hoteles de todo el mundo, forjando amistades con tenistas del circuito como Iván Molina, Jairo Velasco y Álvaro Betancur. Todos figuras en la historia del tenis colombiano. Con Velasco logró semifinales de Roland Garros 1973 en dobles mixtos, perdiendo contra Patrice Dominguez y Betty Stöve por 6-4, 4-6 y 6-3.
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“La gente me reconocía y decían que era una celebridad. No saben lo duro que era. Creen que por conocer gente y haber estado entre el ‘curubito’ era genial; nunca lo vi así. A uno le hacía mucha falta su casa”, comenta desde su residencia en Westchester, condado de Nueva York, donde vive desde 1994. De ese ‘curubito’, Isabel puede darse el lujo de decir que ganó un título en dobles haciendo pareja con la checa Martina Navratilova, quien comenzó su carrera pocos años después que ella. Fue el 4 de marzo de 1974, en Dallas (Estados Unidos).
Para la checa, el segundo título en dobles de los 177 que consiguió durante su prolongada carrera deportiva (1974-2006). En esa ocasión, la pareja ganó por 6–3, 3–6 y 6–3 a Karen Krantzcke y Virginia Wade. “Con Navratilova jugué varios campeonatos del Virginia Slims Circuit; era todo en Estados Unidos. Nos conocimos cuando ella llegó a California. Cuando íbamos a jugar Wimbledon, le enviaron un telegrama notificándole que solo podía jugar con una jugadora checa. Por eso no seguimos jugando”, recuerda Isabel.
Navratilova también ganó en ese 1974, con otro colombiano, Iván Molina, Roland Garros en la modalidad mixta. Junto con Fiorella Bonicelli, extenista uruguaya, Isabel llegó a semifinales en la modalidad de dobles en Wimbledon en 1973, cayendo eliminadas por 7-5 y 8-5 contra Françoise Dürr y Betty Stöve.
Con Bonicelli ganó en 1975 el U. S. Clay Courtroom Championship en dobles, venciendo a Gail Chanfreau y Julie Heldman por 3–6, 7–5 y 6–3. A pesar de que logró hacerse un nombre dentro del circuito, el tenis profesional agotó muy pronto a Isabel, quien a sus 27 años decidió ponerle fin a la aventura del World Tour. “Mi vida se convirtió en jugar tres o cuatro meses por fuera, regresar a mi casa por una o dos semanas y luego volver a irme”, afirma. Ya había jugado finales en Italia, España, Portugal, Londres, Francia y Estados Unidos. Precisamente este fue el país escogido para desarrollar una nueva etapa de su vida, el país donde comenzó en el tenis.
“Quería vivir una vida normal, me quería retirar antes de ser muy vieja. Estaba cansada de la competencia, del ambiente. No me gustaba mucho, no le tenía sabor. Hasta ahí llegué”, cuenta. Cuando cumplió 31 años comenzó a enseñar tenis y a pesar de que le insistían que volviera a jugar, decía que no quería ver el tenis (profesional) en ninguna parte. Situación que, afirma, se mantuvo así hasta la década de los 90.
“Éramos nuestras agentes, cuadrábamos nuestros viajes, hoteles, nuestros entrenadores, nos tocaba buscar las canchas; era más duro que ahora”, concluye sobre su etapa profesional.
Desde entonces han transcurrido 43 años en la vida de Isabel. Hoy en día es profesora en el Noticed Mill Membership, en el condado de Westchester, en Nueva York. No recuperó los años que le había dedicado al tenis, pero afirma que hizo lo que quiso y aún lo hace. No le gusta que le digan doña ni señora y jamás se casó, pues cube que ya tenía suficiente con guiarse a sí misma.
Disfruta seguir el tenis colombiano, va cerca de 27 años yendo a ver el US Open y, por encima de cualquiera, va a ver a los nuestros. Primero fueron Fabiola Zuluaga, Mariana Mesa, Santiago Giraldo, Alejandro Falla y recientemente María Camila Osorio, quien hoy está alcanzando varias marcas hechas por Isabel y, junto con Fabiola, ha sido de las tenistas colombianas que más le han gustado.
“Han sido las más fuertes. Osorio se ve muy entusiasmada, siempre sonríe, me recuerda a mí en cierta medida”, concluye.
Hugo Caro Jiménez
Redactor de EL TIEMPO
En Twitter: @HugoCaroJ
” Fuentes www.eltiempo.com ”