“El único héroe de la guerra de Crimea fue una mujer”. Así se titulaba un artículo publicado en esta sección de grandes viajeras y viajeros el 26 de julio del 2019. Trataba sobre Florence Nightingale, la dama de la lámpara, de la que se decía que “iluminó los desastres de los conflictos bélicos y modernizó la enfermería”. Aquel titular debería haber sido: “Los únicos héroes de la guerra de Crimea fueron las mujeres”.
Hubo más de una Florence Nightingale, mujeres que se fueron a la otra punta del mundo para auxiliar a los soldados de aquella sangría, aunque no todas fueron tratadas con el mismo rasero por la historia. La principal olvidada, condenada durante años por el coloration de su piel a un ostracismo que no merecía, fue Mary Seacole (1805-1881), una mulata de tez oscura, nacida en la Jamaica británica, hija de una lugareña y un militar escocés.
Hace unos años, la BBC impulsó un debate para elegir al británico moderno más relevante. Winston Churchill ganó sin dificultad. Muchas personas, sin embargo, criticaron que en la lista de candidatos no figurase ni una persona de raza negra, por lo que en web se inició una encuesta alternativa. Mary Seacole encabezó de forma muy holgada esta segunda selección. ¿Quién fue mamá Seacole, el ángel negro de Crimea?
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El Actual Colegio de Enfermería, con sede en el centro de Londres, aplaudió las votaciones populares en las redes sociales y explicó que Mary Jane Seacole (Grant, de soltera) luchó contra innumerables prejuicios y trabas. Como mestiza, period en teoría una mujer libre, pero prácticamente sin derechos. Durante uno de sus muchos viajes y estancias en el extranjero, comprobó las miserias de la esclavitud.
En Panamá presenció como una dama de Nueva Orleans ató y desnudó a una negra para azotarla. Aún con el látigo en la mano, la torturadora explicó que “la joven era de su propiedad, que le había costado mucho dinero y debía ser castigada porque se había portado mal”. ¿Por qué la esclava no había intentado huir? Porque su bebé seguía en Nueva Orleans y su ama amenazaba “con desollarlo vivo” si lo hacía.
Desde niña, Mary Seacole se aficionó a trazar rutas en los mapas y a imaginarse muy lejos. “Siempre seguía con la mirada los majestuosos barcos que zarpaban de Jamaica con rumbo a Inglaterra y anhelaba ir a bordo, mientras veía desvanecerse en la distancia las azules colinas de Jamaica”. En realidad, ella no decía que aquellos barcos iban a Inglaterra. “Van a casa”, escribía. Pero su casa no siempre se portó bien con ella.
Antes de cumplir su sueño e instalarse en la metrópoli, pasó largas temporadas en Centroamérica, recorrió el Caribe y visitó Cuba, Haití y las Bahamas. En esos viajes amplió los conocimientos sobre medicina que heredó de su madre. No estaba titulada, pero tampoco en ninguna universidad del mundo se puede estudiar altruismo y humanidad, dos de los sentimientos que siempre guiaron sus pasos.
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En cuanto estalló la guerra y supo que “muchos de los regimientos que había conocido tan bien en Jamaica habían dejado Inglaterra para ir al escenario de la acción”, el deseo de unirse a ellos fue imparable. La propia Mary Seacole explica en su biografía, de la que hablaremos más adelante, que solía quedarse durante horas meditando ante un viejo mapamundi, en cuyo rincón alguien había marcado con tiza una cruz roja…
Aquella cruz indicaba el lugar donde estaba Crimea. En el viaje a Inglaterra para intentar unirse a las tropas expedicionarias, regresaron los fantasmas de Panamá y se topó con los prejuicios por el coloration de su piel. Cuando acudió al departamento de Guerra para tratar de unirse a Florence Nightingale, la rechazaron con la excusa de que ya no se necesitaban más enfermeras, aunque todo el mundo sabía la verdadera razón.
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Period una mujer valiente, que no aceptaba una negativa por respuesta. Viajó por su cuenta y riesgo a Crimea. Ayudó en lo que pudo, no solo en retaguardia, cuidando a los heridos y confortando a los moribundos. Algunos han tratado de restarle méritos y la han presentado como una hostelera que vendía limonadas y te a los soldados, cosa que en efecto también hizo para poder sufragar sus otras actividades.
Tras la guerra, arruinada, regresó a Inglaterra. Su vida habría caído en el olvido, de no ser por William Howard Russell (1821-1907). Este irlandés fue un pionero del periodismo de guerra, que publicó numerosas crónicas desde Crimea y destacó en sus textos la abnegada labor de alguien a quien los reclutas adoraban. La llamaban mamá Seacole. Cuando supo de su triste retorno, el periodista se propuso ayudarla.
William Howard Russell volvió a escribir sobre ella en julio de 1857. Su pluma, que period muy respetada, movilizó a la opinión pública. La gala benéfica organizada en su honor para recaudar fondos fue un rotundo éxito. Hasta la reina Victoria envió un mensaje de felicitación para la homenajeada. Aquel mismo año, Mary Seacole publicó unas deliciosas memorias, The Great Adventures of Mrs. Seacole in Many Lands.
Por desgracia, el cronista no tiene noticias de que Las maravillosas aventuras de la señora Seacole a lo largo y ancho del mundo se hayan traducido al castellano. El lector, sin embargo, puede acceder al unique inglés aquí, en un enlace de la biblioteca digital de la Universidad de Pensilvania. En el prólogo de la obra, William Howard Russell tuvo unas emocionadas palabras para su ilustre amiga.
“Confío en que Inglaterra no olvidará a alguien que cuidó a sus enfermos, buscó a sus heridos para ayudarlos y socorrerlos, y realizó los últimos oficios para muchos de sus muertos en el campo de batalla”, escribió el reportero. La autora, por su parte, explica que no solo tuvo que esquivar las balas de los rusos, sino la incredulidad de su país, que desconfiaba de ella, “una mujer criolla desconocida”. Ella, una mujer negra.
Le dijeron que no hacían falta más enfermeras, pero period mentira, como descubrió en cuanto llegó a Crimea. Afrontó sin reproches el frío, la falta de provisiones, las penalidades y el horror de la guerra. Y, sobre todo, hizo justicia a su sobrenombre, mamá Seacole. Había visto, escribe en su libro, “el dolor y muerte en otros lugares, pero eso nunca me amedrentó. Me sentía feliz curando las heridas de mis propios hijos”.
Murió el 14 de mayo de 1881, a los 76 años. Por cierto, ¿recordáis a la esclava negra de Panamá? ¿La que no podía fugarse para no poner en peligro a su bebé? Mary Seacole participó en una colecta para comprar la libertad del pequeño y de su madre, que una vez obtenida la manumisión se fue a vivir al inside del país centroamericano, con la esperanza de reencontrarse algún día con su hijo, lejos de los látigos, el odio y el racismo.
” Fuentes www.lavanguardia.com ”